sábado, 13 de noviembre de 2021

¿Se puede llamar Maestro a quien no te ha dado una sola clase?


Yo no tuve suerte con Antonio Malonda, porque apenas pude compartir con él tres o cuatro momentos y conversaciones. Pero bastaron para descubrir su extraordinaria figura, su descomunal humanidad, su permanente inquietud y su valentía, vital.

Él era (cuesta escribir en pasado) el anclaje de esa gran familia que es Bululú 2120, de la que me siento orgulloso miembro desde que hace unos años decidiera reatender a la llamada de las tablas y me acogieran generosos.

Junto con su querida Yolanda, quien nos dejó el año pasado, y a pesar de que les conocí ya talluditos, eran capaces de sacudir cualquier escenario (real o montado) en que te los encontrases. ¡Su espíritu indomable te traspasaba y te invitaba a acercarte a ellos y a dejarte sorprender! Y te incitaba a saber más, a buscar más, a querer más.

Antonio Malonda no me dio una sola clase. No pude ver por mí mismo las cosas que otros que sí tuvieron esa fortuna me cuentan que hacía en sus clases. Tampoco intervine en ningún montaje suyo, ni por ello puede ahora ese inexistente recuerdo consolarme en modo alguno. Otros muchos -compañeros y compañeras- sí podéis acudir a ese maravilloso lugar de vuestra memoria y sacar fuerzas de él.

Pero, aún con todo, puedo decir sin engañarme que Antonio Malonda también fue mi Maestro. Que también tuve esa suerte.

Y no solo por esas tres o cuatro conversaciones a vuela pluma, pero absolutamente transformadoras, sino por el sencillo hecho de que era y será siempre el Maestro de quienes a su vez otros podemos llamar también Maestros o Maestras (Emi Caínzos, no te escondas), a cuyo través nos ha alcanzado su enseñanza, su generosidad y su amor por esta locura que llamamos teatro.

Así que, sí, gracias Maestro… El telón habrá bajado, pero seguiremos buscando la palabra y la acción junto a ti y junto a todos los que aprendieron/aprendimos de ti.

Madrid, 13 de noviembre de 2021.













martes, 24 de agosto de 2021

A SANTIAGO DESDE MADRID: UN CAMINO –CASI- COMO ANTAÑO

Todos los caminos llevan a Roma, ya se sabe. Consecuencia lógica de haber sido durante siglos el centro del mundo conocido y de uno de los más grandes imperios jamás existentes. Una y otra circunstancias dejaron de concurrir hace más de mil quinientos años, pero si hoy Roma sigue siendo destino de todos los caminos, sin duda se debe a su mantenida condición –junto a Jerusalén- como centro de la cristiandad, lo que ha permitido que sigan llegando peregrinos desde todos los puntos del planeta.

Con Santiago de Compostela, tercer pilar de la trinidad de ciudades santas cristianas, ocurre algo parecido. Desde que fuera descubierta a principios del siglo IX una tumba que la tradición señala pertenece al Apóstol Santiago, millones de peregrinos procedentes de todo el mundo han dirigido sus pasos hacia Compostela. Por devoción, en virtud de alguna promesa o simplemente movidos por la certeza de que el camino resulta en sí una razón suficiente. Y como en el caso de Roma y Jerusalén, cada peregrino decide emprender el camino en el sitio en el que vive, al margen de que la marcha a pie dé o no comienzo allí o en cualquier otra parte.

Hay así tantos caminos de Santiago como lugares de origen de los peregrinos. Y como con los cursos de agua, que van acrecentándose conforme confluyen, hay caminos torrente, caminos arroyo y caminos río, como el francés, que con origen en Saint Jean Pied de Port y tras recoger las aguas del camino aragonés y de otros muchos, llega a Santiago con un ingente caudal de peregrinos.

El verano pasado comencé a recorrer este último en compañía de mi hijo mayor, Alvaro. La idea era empezarlo y seguir completándolo en años sucesivos, hasta arribar a Santiago. Así que, como solo disponíamos de cuatro días, desde Roncesvalles, pudimos llegar hasta Estella, descendiendo los valles navarros desde el Pirineo.

Este verano teníamos previsto avanzar otras once etapas desde Estella a Frómista, ya en tierras castellanas, pero un leve pero invalidante percance de salud de mi hijo frustró el empeño cuando ya nos hallábamos en marcha, obligándonos a regresar a Madrid.

Aunque Alvaro insistía en que siguiera yo solo, para mí estaba claro que ese camino de Santiago únicamente podía proseguirlo junto a él. Lo habíamos empezado juntos, así que le daríamos continuidad cuando fuera, pero los dos. Aunque lo cierto es que yo tenía unas ganas enormes de caminar hacia Santiago, así que le propuse que, mientras él se reponía de su percance y en la confianza de retomar el camino francés en próximas vacaciones, comenzara yo otro camino alternativo. Y qué mejor que hacerlo desde mi propia casa, en Madrid, para conectar con el que, desde hace siglos, lleva a los peregrinos madrileños a la ciudad santa, atravesando la sierra de Guadarrama y las provincias de Segovia y Valladolid hasta juntarse con el camino francés en Sahagún (León). Y como la mochila ya la tenía preparada…

De este otro camino va esta entrada –y las que sigan-. De un camino que, aunque mucho menos conocido que otros, tiene un gran atractivo. Y además permite a quienes, como yo, moramos en nuestra querida ciudad de Madrid, dar sentido a lo que los peregrinos preindustriales entendían como el viaje a Santiago: ponerse en marcha, a pie, desde sus propios hogares, hasta alcanzar la lejana ciudad del Apóstol. Aunque en mi caso, lógicamente,  disponga de bastones telescópicos, mochila y vestimenta propias de mi época y no de la suya y, sobre todo, de un aparatito -que seguimos llamado teléfono móvil- que me geolocaliza todo lo que necesito y que me permite ir inmortalizando el recorrido para que pueda ir ilustrando también con imágenes lo que el mismo me depare.

¡En marcha, pues, y que el Apóstol nos guíe y nos proteja!



Madrid, 22 de agosto de 2021.

domingo, 15 de marzo de 2020

VENCEREMOS

Estamos todos en casa, cada uno en la nuestra
Y sólo nos vemos por la pantalla del móvil
O en la distancia fría e inabrazable
Cuando paseamos al perro o vamos a por comida

No podemos besarnos ni darnos la mano
Y el saludo es una triste reverencia
Una sonrisa que apenas nos desahoga
Un esbozo de lo que en verdad desearíamos

Pero estamos juntos, no lo olvides
Tan juntos como siempre y más, si cabe
Juntos en el recuerdo de todo lo que somos
Juntos en saber el nombre de a quien amamos

Porque es ahora cuando debemos pronunciarlo
En voz alta, para que lo oigan quienes no nos acompañan
Aplaudiendo en los balcones a quienes luchan ahí fuera
Cada día, por devolvernos la esperanza

A quienes combaten el miedo con su esfuerzo
A quienes se muestran cada día al enemigo
Y le miran a la cara para decirle sin dudar que venceremos
Que no podrá con nosotros, que no nos derrotará
Y que no se llevará a nuestros abuelos

No es la primera vez, ni será -por desgracia- la última
En que tengamos que recordarlo:
Somos frágiles, como el planeta que habitamos,
Y el futuro no está escrito en ningún libro

Por eso es normal que nos sintamos inseguros
Y que a veces la angustia nos bloquee
Porque cuando estás acostumbrado a casi todo
Es cuando más desnudo te ves cuando te falta

Pero hay dos oportunidades en esto, como poco, a valorar:
Tenemos un tiempo que antes perseguíamos por las esquinas sin encontrarlo
Y una certeza que antes sólo dábamos por supuesta:
Estamos juntos, todos juntos, somos uno
Y así, no lo dudes, venceremos


(c) Alfonso Trallero 2020 #yomequedoencasa


domingo, 10 de noviembre de 2019

MIENTRAS TE AMO

Como resulta que al autor no sólo le ha parecido bien que en mi anterior entrada publicara uno de los poemas de su último libro, sino que de hecho me ha comentado que gracias a eso le ha escrito algún lector desde sitios tan remotos e inesperados como Nueva Guinea o Kazajastán, me pide que publique aquí otro de mi elección.

He dudado bastante en cuál, pero -será por el día electoral o por yo qué carajo sé- el que me apetece es este. Acomódense y disfrútenlo o repúdienlo. Cada cual lo que considere, que en esto de la poesía la entraña es lo que cuenta.  

Mientras te amo,
hay miríadas de bocas hambrientas ahí afuera.
Hay guerras y torturas y detenciones ilegales,
incluso aquí mismo.
Hay ancianos muriendo solos y olvidados.
Yo te amo
y miles de corazones de piedra se encastillan
para resistir asedios interminables
frente al abismo de Helm.

Mientras nos amamos,
un horizonte de manchas trepando al sol nos 
circunda,
construyen una esfera de hierros oxidados en que encerrarnos,
un laborioso presidio de ignorancia,
una armilar retórica negacionista.

Nosotros amándonos
y ellos cada vez con más empeño,
como si el desafío no tuviera marcha atrás,
como si no fueran a haber ya prisioneros.

Mientras tú y yo,
allá hay campos desiertos y baldíos,
extensiones de agua estancada y desahuciada,
caminos obstruidos por la resignación,
trincheras excavadas en miles de impaciencias que 
anhelaban.

Nos miramos a los ojos
y no vemos que estamos simplemente cercados
por un mundo para el que ya somos ajenos,
una impronta en la pared que se diluye por minutos.

Mientras te amo,
el signo de los tiempos nos ignominia
y el cielo se contrae en un último estertor.



(c) Alfonso Trallero Masó
(c) Ed. Camelot 2019




sábado, 21 de septiembre de 2019

HOY QUIERO ESCRIBIR LAS PALABRAS MAS HERMOSAS

Lo bueno de haber cumplido hace poco 2032 años es que ya no tienes que dar explicaciones a nadie de por qué haces tal o cual cosa. A veces te las piden, pero tú miras, sonríes y callas. O te acuerdas de algún poema de Ovidio o Petrarca o Manrique o Elliot y lo recitas interiormente. O no te acuerdas de nada y simplemente sigues tu camino. Lo bueno de haber nacido en tiempos del glorioso Augusto es que has vivido ya suficientes estíos para que el otoño te pille desprevenido u ocioso. Así que este último, aprovechando esa mágica luz de las largas tardes mediterráneas, he aprovechado, entre otras cosas, para leer el nuevo poemario que mi sosias y sin embargo amigo Alfonso Trallero ha publicado en Ediciones Camelot, "Aunque nunca fuera hoy", del que le he pedido permiso para compartir con vosotros este poema, titulado "Hoy quiero escribir las palabras más hermosas". Espero que os guste; pero si no... lo dicho:


Hoy quiero escribir, sí, las palabras más hermosas,
saborear las eses que pueblan tu sonrisa,
silabear las luces que juegan en tus ojos
y describir el baile del vuelo de tu falda.

Hoy quiero colores vivos que retraten tu paleta
y pinceles flexibles que dibujen bien el suave
y armonioso andar que te gastas sin esfuerzo,
esa fragancia a rosa etérea que desplazas.

Hoy quiero el rumor sereno de las olas que contamos,
las animosas gaviotas despertando ya en la tarde,
el esponjoso hundirse de los pies en nuestra arena.

Hoy quiero que tu imagen sea siempre en cada sueño
y en cada recuerdo incierto que aún habita en mi memoria
y que las palabras dichas sean sólo las más bellas.

(c) 2019 Alfonso Trallero Masó
(c) 2019 Ediciones Camelot, S.R.L.


martes, 18 de diciembre de 2018

LOS MACARRAS DE LA MORAL


¡Qué bien los definió Serrat!

Los hay de todos los gustos y colores, de todas las tallas, procedencias y escuelas. Desde la joven pareja líder del revivido estalinismo español que, transversales ellos como pocos, se van a vivir a su propio palacio de invierno a alumbrar a la vasta progenie, hasta el ínclito ex juez promotor de la justicia universal del que ha poco descubrimos que habría universalizado sobre todo sus fuentes de ingresos (por cierto, siguiendo la estela de su amigo el policía grabador, ambos compartiendo güisquis y despitotes con la fiscala/ministra adalid de la igualdad que en secreto ejerce de machista recalcitrante). Entre medias, apologetas yanquis de la reducción impositiva ejerciéndola contra legem, dictadorzuelos de opereta bufa pariendo hambrientos en váteres de oro, tertulianos y tertulianas de rancio abolengo y estercolero en usufructo, artistas del bufido y la pedrada que autodestruyen sus cuadros tras subastarlos a millón, ciudadanos todos al fin de este gran putiferio fin de fiesta.

Y todos pontificando, por supuesto. Yo el primero. Si no, de qué se me iba a ocurrir compartir estas reflexiones.

Pero no nos engañemos, que clases sigue habiendo. Por eso algunos nos limitamos a denunciar la incoherencia que evidencian tales comportamientos sin atrevernos a reeducar al personal y otros en cambio siguen repartiendo títulos y diciéndonos quién sí y quién no; aleccionándonos sobre cómo debemos pensar, a quién podemos votar o a dónde es preciso que nos dirijamos si no queremos parecer sospechosos de desviacionismo, de progresismo o de conservadurismo. Y una vez que un macarra de la moral excreta su consigna en cualquier medio o red de difusión, raro será que otros tres o cuatro no le secunden de inmediato, iniciando una cadena reactiva que descojónate de la de la fusión nuclear.

Y es ahí donde radica el problema, pues el virus nunca antes dispuso de condiciones tan propicias. Nunca antes se dio este apabullante exceso de voceros de lo que es justo y, al tiempo, nunca antes la pueril disertación pudo acomodarse así de fácil en tantas mentes obtusas. O sea, nunca antes tanto necio llegó tan alto y dispuso de altavoces tan potentes.

Y nunca antes tantos macarras de la moral alcanzaron la presidencia de algunos de los países más y menos importantes de este planeta (e incluso de alguna república baratariana -y barretiniana- aún por inventar). Nunca antes tantos hicieron tanto por tan poco y con tanto ahínco y encima fueron tan bien recompensados por ello.

Así que, como se habrían dicho de haberse conocido Mafalda y Antonio Flores -¡qué grandes los dos, aún tan pequeños!-: “que paren el mundo, que me bajo”, que “aquí no queda sitio para nadie”… Salvo -claro está- para los macarras de la moral.

Madrid, 18 de diciembre de 2018



sábado, 20 de octubre de 2018

OÍ HOY QUE ANDABA HUIDO

Oí hoy que andaba huido,
refugiado de sus miedos y sus causas,
como huye del amor quien fue amado
y luego herido.
Me dijeron que dejó todo y corrió
hacia un lugar allá lejos,
al fondo a la derecha,
justo antes del abismo,
entre la casa vieja
y el árbol del ahorcado.
Supe que se sentó a sentir el tiempo
pesando entre recuerdos sin pasado
el latir átono del tambor tundido,
el bramar bélico del vibrar valiente.
Y que en cuenco claro incontenido
buscó el reflejo afligido y flagelado,
el fragor furioso del fulgor fallido,
la frondosa frente del final infame.
Y entre cuento y cuento me contaron
que cayó al suelo como cae el ocaso,
como busca el olvido lo olvidado.
Y que en el suelo fue al fin urdido
por miríadas de raíces renacidas
de entre siglos de preguntas sin respuesta.

Madrid, 27 de junio de 2014



viernes, 27 de julio de 2018

MACARI



La retina marca exacta el lugar perdido en la memoria. Suele situarse abajo, algo a la derecha. Allí dicen los neuropsicólogos (o quienes sean que se ocupan de estudiar estas cosas) que es a donde tiende natural la mirada cuando recordamos. Y allí está, exactamente a 173º Sur, recordando.

Le conocí cuando el mundo estaba poblado por gigantes; y él era uno de ellos. Desde luego que no soy capaz de rememorar los primeros encuentros. Aunque él viviera en Barcelona y nosotros en Madrid, no dudo que haría por venir a conocer a su sobrino. Puede que yo fuera el sexto hijo de su hermana, pero era su única hermana. O más probable es que fueran mis padres quienes me llevaran a Barcelona o Sitges en la primera ocasión que tuvieran, para que mis abuelos me conocieran. Hacía años que no venían a Madrid y no iban a hacer una excepción conmigo. Y aprovecharía él también para hacerlo.

A partir de algún momento, quizás los 4 o 5 años, su imagen se me aparece ya con suficiente precisión. Y lo que desde allí a aquí se repite en mis propios recuerdos es siempre su mirada: inteligente y afable, viva y cálida. Habrán pasado varias décadas, se habrá blanqueado su cabello, arrugado su rostro, encorvado -aunque poco, siempre fue muy coqueto en la planta- su espalda, pero esa mirada sigue marcando su presencia. Y la de quienes tenemos la suerte de habitarla.

Esa mirada sigue buscando lo que importa. Y a él le importa la gente. Su curiosidad no ha sido derrotada por los años. La irradia hoy como lo hacía cuando le conocí. Como cuando siempre. Por eso resulta tan fácil compartir con él cualquier momento. Incluso los complicados. Y por eso le siguen buscando los amigos que aún le quedan, pocos de los de su edad, pero muchos de los que ha seguido haciendo, al amparo de esa misma naturalidad y simpatía que sigue prodigando a sus 89.

Siempre nos lo recuerda: cuando celebraron sus bodas de oro, en Sitges, el director del hotel que escogieron se asombró al comprobar que pedían un salón con capacidad para más de 100 comensales. "Es la primera vez que para unas bodas de oro me piden un espacio tan grande”, les dijo. Y añadió: “¿Cómo es que les quedan tantos amigos?” A lo que mi tío le aclaró: “Es que tenemos muchos amigos nuevos”.

50 años casados (entonces; hoy unos cuantos más) y todavía tontean, se piropean o se gastan bromas como si acabaran de enamorarse el uno del otro.

Mi tía -el espíritu indomable y torrencial a despecho de su menguada memoria corta y de no poder caminar desde hace años-, le dice “guapo” a la mínima. Y él le responde con una sonrisa galante para recordarle que la sigue amando. Aunque si coincide que salimos a comer a su restaurante preferido en Barcelona y una camarera nueva le mira demasiado -el azul de sus ojos sigue imposible de definir-, mi tía es capaz de sentirse tan celosa como cuando a los 20. Y de advertirle a la sorprendida camarera que Macari es “suyo” y no tiene nada que hacer. Y él la reprenderá por insolente, pero poco, porque en el fondo sabe que mi tía lo hace para que él sepa que sigue loca por él.

Por eso con ellos es fácil de entender el secreto: estar pendiente del otro como si no hubiera un mañana, como si el único mañana fuera hoy... Y ser consciente del inmenso regalo que es compartir la vida con alguien al que amas, de la misma inmensa suerte de haber podido conocer a esa persona y de que encima te haya escogido a ti también.

Así que gracias, tío, por permitirme habitar vuestra mirada y el inmenso amor que os derrocháis. Gracias a los dos por enseñarme que el camino lo trazamos cada día. Y que de nosotros solos depende a dónde nos lleve y lo que en él queramos aprender.

En algún lugar sobre España, 20 de julio de 2018.

domingo, 29 de abril de 2018

De fachas, rojos y otros vecinos


Jamás objetaré que le pongan el nombre de una calle a un actor o actriz. Tal vez sea porque de vez en cuando me subo a un escenario y asumo la piel de otro. Y eso me hace sentirme mucho más cerca de los demás que cuando no lo hago. Y me hace bien. Por eso puede que la noticia de la degradación a mero “facha” del almirante Cervera (héroe triste de la Guerra de Cuba) me haya cabreado, pero menos que si el nuevo titular de la placa callejera hubiera sido, pongamos el caso, el padrecito Stalin, con quien -creo- sí que no comparto ámbito identitario alguno.

Que conste que el personaje Rubianes, a veces, me parecía patético. Debe de ser porque eso de insultar en colectivo y desde lejos nunca lo he entendido. Si no queda más remedio que expulsar bilis, prefiero la distancia corta, que es la adecuada para las pasiones en general. Pero más allá de esa puntual divergencia, que le pongan el nombre de una calle de mi querida Barcelona al actor Rubianes me ofende tanto como que le pongan mi nombre al perro del vecino del sexto. Porque con ambos (perro y vecino) comparto un radical anticorporativismo y una sustancial empatía como ciudadanos de este planeta. Así que llamarnos igual, mientras nos podamos distinguir entre nosotros, me resultaría hasta gracioso (principalmente en su tercera acepción, “que se da gratuitamente”, pues así me entregaron nombre y apellidos mis padres).

E igualmente debe de ser por esa extraña manía mía de identificarme más con las muchas cosas que se pueden apreciar que con las que rechazo, que no acabo de entender por qué es necesario, para que Pepe Rubianes luzca en el callejero barcelonés, descabalgar del mismo al Almirante Cervera. Y menos aún si se quiere justificar en que era un “facha”. Pues, al margen de que esa condición ni siquiera pudiera predicarse de nadie fallecido en 1909, mucho antes del advenimiento del fascismo, y de que nadie me haya demostrado que Cervera no fuera un liberal de libro, sigo sin comprender que eso baste para cambiar un cromo por otro. Porque, cuando vuelvan a regir el Ayuntamiento de Barcelona los adversarios políticos de la vigente mayoría que allí gobierna, ¿estará justificado que le quiten la calle a Rubianes por ser “rojo”? ¿Es que esa condición, si acaso la tuviera, le impide ser recordado como actor desde algunas de las esquinas de la ciudad?

Debe de ser porque soy raro, sin duda, y me gusta pensar que pertenezco a un clan más amplio que la tribu en que me tocó nacer; un clan que valora al actor Rubianes y al marino Cervera al margen de sus ideas políticas e incluso de sus defectos personales; un clan que acepta al otro porque cada uno de sus miembros somos otro para los demás; un clan que dejó la caverna y salió a comprobar cómo eran las cosas, sin fiarse de las sombras proyectadas en la pared...

Jandía, Fuerteventura, 29 de abril de 2018


domingo, 15 de abril de 2018

ROTO


ROTO


El silencio ya se ha roto para siempre,
para todos los días que quedaban,
para todos los besos prometidos,
por cada uno de los dos que aún se amaban.

Hoy la duda se ha quebrado en rama seca
y la luz que asomaba yace inepta
en la oscuridad total de este naufragio
con que el silencio se ha roto para siempre.


Madrid, 26 de abril de 2014



Moonstone Beach, Cambria, California - Agosto de 2017

sábado, 3 de marzo de 2018

LA CASA DE LA COLINA


Dicen que vive en una finca apartada y que desde la ventana del salón se alcanza a ver, más allá de la colina, un inmenso campo de amapolas. Dicen que entre llantos y risas pasó su vida, hasta que los días consumieron sus energías y empezó a sentir cómo el centro de equilibrio de su cuerpo se desplazaba fuera de sí misma. Había sido joven y bella, sí, y –si lo meditaba un poco- de eso no hacía realmente tanto. Pero de aquel tiempo apenas le quedaba un eco vago y sordo de sueños henchidos y otros muertos. Un sueño que, en ocasiones, le parecía más real que los días que ahora tenía. Más verdadero que la soledad y el olvido. Más cierto que la angustia de saber que el fin estaba próximo, y que era absolutamente inevitable.

Sé que hubiera debido visitarla. No hubiera vencido su melancolía, ni la habría sacado de su ensimismamiento, pero habría cumplido con la promesa que le hice, cuando la última vez que la vi.

Ocurre empero que los hombres no sabemos el valor de la esperanza hasta que la vemos huyendo a galope tendido de los seres a quienes un día admiramos. Y entonces, casi siempre, suele ser ya demasiado tarde. Porque justo en ese momento, comprendemos que no hemos sabido embridarla de modo adecuado o, siendo del todo sinceros, que puede que hayamos sido nosotros quienes la espoleamos y fustigamos hasta desbocarla por completo.

Lo peor es que, aunque cueste identificar un instante concreto, en el fondo sí podemos advertir, desde la distancia, cómo empezamos a dejar que ocurriera. Los recuerdos no mienten tanto como creemos. O al menos, no suelen engañarnos en lo que se refiere a las decisiones que cambiaron nuestras vidas y, sobre todo, las que contribuyeron al cambio de las vidas de quienes nos rodearon; quiero decir, de quienes nos amaron. Somos nosotros los que nos empeñamos en disfrazarlos, repitiéndonos una y otra vez que las cosas no sucedieron como las rememoramos, que la vida que vivimos no fue ésa.

Pero eso hoy no cuenta. A primera hora de la mañana he recibido la noticia de que la casa de la colina había desaparecido consumida por un incendio atroz, tanto que el rojo de las amapolas apenas parecía una pequeña chispa lanzada contra el horizonte. Los bomberos no habrían llegado a tiempo por culpa de la lejanía del lugar. Pero eso era algo que ella había buscado también desde que decidió que aquél era el sitio adecuado para dejarse morir. Tal vez en el exacto momento en que comprendió que ni siquiera yo –su único nieto, el último familiar vivo que le quedaba- iba a volver a visitarla, excusado por aquel mar que nos separaba y por las muchas obligaciones que, cada vez que ella me insistía, brotaban por doquier a mi alrededor. Tal vez en el exacto momento en que entendió que aquella promesa que le hice cuando la última vez era también una culpa disfrazada, la justificación para poder salir huyendo a galope tendido de su lado, por abandonarla sin otra compañía que sus recuerdos, en brazos de unos sueños que ya no podían cumplirse.

Y en ese mismo instante he comprendido que las cosas siempre pueden suceder de otro modo. Y que nos debemos el esfuerzo de vivir junto a quienes nos aman y de amar a aquellos junto a quienes vivimos; aunque exista un mar de por medio y nos hayamos ubicado en una casa solitaria más allá de la colina.


sábado, 24 de febrero de 2018

PARA CUANDO UNO ESTÁ MUERTO Y NO LO SABE

PARA CUANDO UNO ESTÁ MUERTO Y NO LO SABE

Hubo un hombre que anunció su nacimiento
Por supuesto mucho antes de que fuera
Y algunos que lo oyeron se escamaron
Sorprendidos de tamaño atrevimiento.


Hubo un loco que entendió que estaban cuerdos
Los que andaban buscando en cada espera
La razón que les faltaba y que no hallaron,
El olvido que no había en sus recuerdos.


Hubo un niño que escaló por la ventana
Abierta desde antaño por los dueños
De los días, de las noches, de los sueños,
Y en su ascenso fue la tarde y la mañana,
El más grande de entre todos los pequeños.


Hubo un viejo que esperó que todo fuera
Ya por siempre lo que nunca fue su herida:
Bien nacida, bien hallada, bien venida,
Un camino claro y cierto en la quimera
Infinita de la muerte y de la vida.


Hubo tántos que no hubieron ya palabras:
Locos cuerdos, olvidados con memoria,
Dueños viejos de esperanzas sin historia,
Niños magos de ale-hop y abracadabras.


Y en todos los que hubo nos hubimos.
Puros versos de un poema inacabado.
Cuna, vida, muerte, adiós, olvido.




domingo, 8 de octubre de 2017

JO VULL

Jo vull una Catalunya lliure
Lliure de intoleràncias i de divisió
Lliure de bons i de mals
Lliure de insults i de assenyalaments

Jo vull una Catalunya oberta
Oberta al món, al mar i al cel
Oberta al temps que ha de venir
Oberta al temps que ha passat

Jo vull una Catalunya lliure
Lliure per a ser la Catalunya gran del nostres pares
Lliure per a ser el pont de platja de la Espanya diversa i il-lusionada
Lliura per avançar tots junts com fins ara, fins i tot més junts, si és possible

Jo vull una Catalunya sense por
Sense por al que diguin els altres
Sense por a la diferència
Sense por a ser germans

Jo vull una Catalunya lliure
Jo vull una Catalunya plena
Jo vull una Catalunya gran
Jo vull una Catalunya orgullosa
Per cinc-cents anys més d´unió
Jo vull la meva Espanya per sempre
Jo vull una Catalunya lliure
En una Espanya orgullosa



Madrid (el cos), per a Barcelona (el cor), 8 de octubre de 2017