Todos los caminos llevan a Roma, ya se sabe. Consecuencia lógica de haber sido durante siglos el centro del mundo conocido y de uno de los más grandes imperios jamás existentes. Una y otra circunstancias dejaron de concurrir hace más de mil quinientos años, pero si hoy Roma sigue siendo destino de todos los caminos, sin duda se debe a su mantenida condición –junto a Jerusalén- como centro de la cristiandad, lo que ha permitido que sigan llegando peregrinos desde todos los puntos del planeta.
Con Santiago de Compostela, tercer pilar de la trinidad de
ciudades santas cristianas, ocurre algo parecido. Desde que fuera descubierta a
principios del siglo IX una tumba que la tradición señala pertenece al Apóstol Santiago,
millones de peregrinos procedentes de todo el mundo han dirigido sus pasos
hacia Compostela. Por devoción, en virtud de alguna promesa o simplemente
movidos por la certeza de que el camino resulta en sí una razón suficiente. Y
como en el caso de Roma y Jerusalén, cada peregrino decide emprender el camino
en el sitio en el que vive, al margen de que la marcha a pie dé o no comienzo allí o en cualquier otra parte.
Hay así tantos caminos de Santiago como lugares de origen de
los peregrinos. Y como con los cursos de agua, que van acrecentándose conforme
confluyen, hay caminos torrente, caminos arroyo y caminos río, como el francés,
que con origen en Saint Jean Pied de Port y tras recoger las aguas del camino
aragonés y de otros muchos, llega a Santiago con un ingente caudal de
peregrinos.
El verano pasado comencé a recorrer este último en compañía de mi hijo
mayor, Alvaro. La idea era empezarlo y seguir completándolo en años sucesivos,
hasta arribar a Santiago. Así que, como solo disponíamos de cuatro días, desde
Roncesvalles, pudimos llegar hasta Estella, descendiendo los valles navarros
desde el Pirineo.
Este verano teníamos previsto avanzar otras once etapas desde Estella a Frómista, ya en tierras castellanas, pero un leve pero invalidante percance de salud de mi hijo frustró el empeño cuando ya nos hallábamos en marcha, obligándonos a regresar a Madrid.
Aunque Alvaro insistía en que siguiera yo solo, para mí estaba claro que ese camino de Santiago únicamente podía proseguirlo junto a él. Lo habíamos empezado juntos, así que le daríamos continuidad cuando fuera, pero los dos. Aunque lo cierto es que yo tenía unas ganas enormes de caminar hacia Santiago, así que le propuse que, mientras él se reponía de su percance y en la confianza de retomar el camino francés en próximas vacaciones, comenzara yo otro camino alternativo. Y qué mejor que hacerlo desde mi propia casa, en Madrid, para conectar con el que, desde hace siglos, lleva a los peregrinos madrileños a la ciudad santa, atravesando la sierra de Guadarrama y las provincias de Segovia y Valladolid hasta juntarse con el camino francés en Sahagún (León). Y como la mochila ya la tenía preparada…
De este otro camino va esta entrada –y las que sigan-. De un
camino que, aunque mucho menos conocido que otros, tiene un gran atractivo. Y
además permite a quienes, como yo, moramos en nuestra querida ciudad de Madrid,
dar sentido a lo que los peregrinos preindustriales entendían como el viaje a
Santiago: ponerse en marcha, a pie, desde sus propios hogares, hasta alcanzar
la lejana ciudad del Apóstol. Aunque en mi caso, lógicamente, disponga de bastones telescópicos, mochila y
vestimenta propias de mi época y no de la suya y, sobre todo, de un aparatito -que
seguimos llamado teléfono móvil- que me geolocaliza todo lo que necesito y que
me permite ir inmortalizando el recorrido para que pueda ir ilustrando también
con imágenes lo que el mismo me depare.
¡En marcha, pues, y que el Apóstol nos guíe y nos proteja!
Madrid, 22 de agosto de 2021.
Venga... a por ello. Lástima no poder acompañarte. Eso sí, inmortaliza en imágenes, pero también en palabras. Es más, te diría que unas pueden ser públicas y otras, sólo para vos, a modo de diario personal e intransferible. XD. Disfrute de su compañía caballero.
ResponderEliminarBuen camino, peregrino. La ruta entre Madrid y Segovia la he hecho en 3 ocasiones "a la carrera", y me queda el gusanillo de seguirla, ya a un ritmo más "peregrino" hasta Sahagún, aunque estimo que la primavera (abril-mayo) es la época más adecuada para disfrutar en su esplendor del recorrido.
ResponderEliminarSeguiremos a la espera de tu segura interesante crónica epistolar, que si es posible complementaremos con unas cervezas en mano ya de manera presencial ;-)
En resumen, disfruta de ti mismo, que es lo importante.