La poesía no ha de ser veraz. La
narrativa tampoco tiene por qué serlo, desde luego, pero en su mano está la
opción de recrear una historia verdadera, de fabular por completo o de mezclar
ficción y hechos ciertos. La poesía, por contra, tiene el deber de situarse al
margen de los hechos. Al poeta le importa el hecho como a la mariposa el aire
que la circunda: es únicamente un entorno, una circunstancia necesaria para que
pueda desplegarse la belleza, las alas de colores y su danza, su deliciosa
danza sin concierto. Pero el hecho no importa más allá de esa condición y,
sobre todo, el hecho no debe condicionar en absoluto la expresión poética o, al
menos, no debe orientar el alcance de una suerte de verdad poética.
Hubo un tiempo en que al poeta se le exigió ser cronista de su época. El propio Neruda así llegó a epigrafiarlo. Y mucho antes, otros muchos también así lo entendieron. Podría decirse incluso que la poesía, en tanto composición rimada y ritmada, nació como crónica, legendaria o no, pero siempre apegada al hecho histórico o mitológico, sin disociarse de éste. La Iliada, desde esta perspectiva, sería poema al tiempo que crónica. Y el Cantar del Mío Cid. Y tantos otros.
Pero esa poesía, hoy, carece de sentido. Tanto como construir pirámides para enterrar a nuestros reyes. A lo mejor podríamos hacerlas de un modo más grandioso aún que hace 5000 años. Pero nos resultaría un ejercicio hueco, desnortado, tristemente artificioso.
Así también la poesía. Hoy rimar “Apolo” con “tesoro” o “Jimena” con “almena” puede ser un entretenimiento a lo Don Mendo. Puede incluso que ripiar el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de hace afortunadamente tanto fuera en su día un hit que ya lo quisieran para sí los más rabiosos de nuestros poetas actuales. O que los cantores de pendiente, peta y gibson les paul puedan ser llamados legítimamente poetas. Pero eso no será bastante para negar que la poesía y el hecho beben de distintas realidades y que el poeta, si quiere realmente ser honesto consigo mismo, ha de dejar a un lado razones programáticas y mecerse en los brazos de la palabra susurrada por el loco que habita el interior de nuestros deseos; el que sabe que detrás de un árbol azotado por el viento hay más verdad que en todos los diccionarios y enciclopedias; el que conoce el sabor del amanecer frente al mar o de la lluvia repentina en verano; el que sonríe cada vez que le preguntan por qué sonríe y llora cuando le inquieren por qué llora; el que sigue sin saber cómo empezó a amar ni cuál será el último día en su calendario. Ese loco que algún día nos miró desde el otro lado de un espejo cuando niños y nos cambió para siempre la perspectiva.
Madrid, 29 de mayo de 2016
Consideraciones que demuestran una gran sensibilidad literaria
ResponderEliminarMuchas gracias, Miguel, por tu comentario. Fuerte abrazo.
EliminarProfundo has amanecido hoy
ResponderEliminarHa sido el loco del espejo, no yo. Gracias amigo.
EliminarSi este verano bajas por aquí, déjanos mostrarte otra visión del mar. Un abrazo sureño.
ResponderEliminarMisterioso amigo Free Will. Dependiendo de dónde esté ese Sur del que hablas te diré si voy a acercarme por allí... Muchas gracias en todo caso.
ResponderEliminarllevabas tiempo en silencio...estoy de acuerdo en lo que dices. La belleza expresa el amor y la poesía los sentimientos..
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Saludos
EliminarBella "setencia". El arte no tiene por qué ser el espejo de la vida. ;)
ResponderEliminarEfectivamente, y lo más gracioso es que el texto lo comencé hace meses, mucho antes de que supiera que Woody Allen se iba a cruzar en mi camino. Gracias, Profe.
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