sábado, 13 de noviembre de 2021

¿Se puede llamar Maestro a quien no te ha dado una sola clase?


Yo no tuve suerte con Antonio Malonda, porque apenas pude compartir con él tres o cuatro momentos y conversaciones. Pero bastaron para descubrir su extraordinaria figura, su descomunal humanidad, su permanente inquietud y su valentía, vital.

Él era (cuesta escribir en pasado) el anclaje de esa gran familia que es Bululú 2120, de la que me siento orgulloso miembro desde que hace unos años decidiera reatender a la llamada de las tablas y me acogieran generosos.

Junto con su querida Yolanda, quien nos dejó el año pasado, y a pesar de que les conocí ya talluditos, eran capaces de sacudir cualquier escenario (real o montado) en que te los encontrases. ¡Su espíritu indomable te traspasaba y te invitaba a acercarte a ellos y a dejarte sorprender! Y te incitaba a saber más, a buscar más, a querer más.

Antonio Malonda no me dio una sola clase. No pude ver por mí mismo las cosas que otros que sí tuvieron esa fortuna me cuentan que hacía en sus clases. Tampoco intervine en ningún montaje suyo, ni por ello puede ahora ese inexistente recuerdo consolarme en modo alguno. Otros muchos -compañeros y compañeras- sí podéis acudir a ese maravilloso lugar de vuestra memoria y sacar fuerzas de él.

Pero, aún con todo, puedo decir sin engañarme que Antonio Malonda también fue mi Maestro. Que también tuve esa suerte.

Y no solo por esas tres o cuatro conversaciones a vuela pluma, pero absolutamente transformadoras, sino por el sencillo hecho de que era y será siempre el Maestro de quienes a su vez otros podemos llamar también Maestros o Maestras (Emi Caínzos, no te escondas), a cuyo través nos ha alcanzado su enseñanza, su generosidad y su amor por esta locura que llamamos teatro.

Así que, sí, gracias Maestro… El telón habrá bajado, pero seguiremos buscando la palabra y la acción junto a ti y junto a todos los que aprendieron/aprendimos de ti.

Madrid, 13 de noviembre de 2021.













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