Escribo porque no
encuentro otra manera más precisa de vivir. Los que de natural somos
inconstantes, con tendencia al caos y al aquí y ahora tenemos estas cosas: la
vida nos puede desbordar puntualmente, pero sin esa sensación de que todo puede
suceder en cualquier momento, de que la sorpresa y la belleza se esconde detrás
de cada recodo del camino, nos asfixiaríamos; el aire se nos volvería
infinitamente pesado y nos aplastaría. Será complejo de Peter Pan o será disociación-madurativa-imperfecta-hedonista-compulsiva
(léase, por favor, con acento porteño, que es fundamental para estas cosas),
pero la ortodoxia vital nos aterra, la rutina nos concome y la paciencia nos
supone un esfuerzo descomunal. O sea, que somos cuarto y mitad de imperfectos.
O más.
Por eso escribo. Porque cuando lo hago, encuentro la constancia que le niego a las demás cosas y mi imperfección se vuelve útil. Porque ordenar letras, sílabas y palabras para explicar a alguien a distancia cómo de maravilloso, espantoso o simplemente insólito resulta tu mundo es para mí la mejor terapia para evitar que te creas que es el único posible y/o te encierres en él. Parece un contrasentido, pero cuanto más vivo en las palabras que pienso más sentido tiene salir a buscar otros universos distintos y llegar más allá de la puerta de Tannhäuser para, desde allí, mirar hacia atrás y describir el viaje.
Pero ocurre que no siempre resulta fácil -nadie dijo que vivir lo fuera-. Y es que escribir sin saber si realmente tus palabras tienen sentido al margen de tu autoterapia, y hacerlo sistemáticamente y con vocación de completar una historia que aspire a ser auténtica como la vida puede convertirse en un laberinto sin salida, un escenario de pesadilla en el que acabes encontrando los fantasmas que tú mismo has creado. Y, además, puede acabar acentuando tu inconstancia, al llegar a ese punto de incertidumbre a que toda obra literaria mínimamente extensa te conduce en algún momento.
Por eso me gustaría pediros, amigos lectores, un pequeño favor, una suerte de crowfunding anímico, de colaboración y
de crítica -constructiva, si es posible- para en definitiva conocer si debo
seguir esforzándome o si mejor dedicar el tiempo a otros menesteres.
Es sencillo: hace unos meses empecé a escribir, sin grandes pretensiones pero con ánimo e ilusión, una historia con vocación de novela. Los primeros capítulos, como si sólo estuvieran esperando a ser descubiertos, agazapados en alguna lámpara mágica, brotaron casi del tirón. Me sorprendió la facilidad (era -y espero llegue a ser- mi primera novela -pues algún experimento previo de primerísima juventud no merece desde luego tal calificación- y por ello siempre me la había imaginado una tarea colosal) y me alimenté de ella. Las imágenes surgían como por ensalmo; las palabras nacían ya adultas; los diálogos -siempre he pensado que nada hay más difícil que dialogar con tus personajes- parecían en verdad auténticos. Todo encajaba de un modo extrañamente sencillo. La historia se desarrollaba conforme avanzaba, a velocidad a veces vertiginosa. Escribía y me documentaba; leía y seguía escribiendo. En un hotel, en casa, en el metro... Y así, sin darme cuenta apenas, me planté en unas sesenta páginas casi convincentes para considerarlas como la estructura nuclear de la novela.
Es sencillo: hace unos meses empecé a escribir, sin grandes pretensiones pero con ánimo e ilusión, una historia con vocación de novela. Los primeros capítulos, como si sólo estuvieran esperando a ser descubiertos, agazapados en alguna lámpara mágica, brotaron casi del tirón. Me sorprendió la facilidad (era -y espero llegue a ser- mi primera novela -pues algún experimento previo de primerísima juventud no merece desde luego tal calificación- y por ello siempre me la había imaginado una tarea colosal) y me alimenté de ella. Las imágenes surgían como por ensalmo; las palabras nacían ya adultas; los diálogos -siempre he pensado que nada hay más difícil que dialogar con tus personajes- parecían en verdad auténticos. Todo encajaba de un modo extrañamente sencillo. La historia se desarrollaba conforme avanzaba, a velocidad a veces vertiginosa. Escribía y me documentaba; leía y seguía escribiendo. En un hotel, en casa, en el metro... Y así, sin darme cuenta apenas, me planté en unas sesenta páginas casi convincentes para considerarlas como la estructura nuclear de la novela.
Y entonces, la dispersión apareció de nuevo. Y las dudas. Y la pereza… Y la dichosa inconstancia reclamó de nuevo su lugar, haciéndome saber que esta vez no pensaba dejar que me creyera capaz de vencerla.
Pero tras meses de parón, el otro día se me ocurrió la idea que aquí os traigo: ir publicando lo que voy escribiendo, compartir ese animal en desarrollo. Y buscar vuestra complicidad y vuestra participación (o sea, vuestro apoyo). Que os parece una chorrada de argumento... pues me lo decís. Que tal personaje cojea en este o aquel aspecto... lo mismo. Que os gusta la disección por el protagonista de la escena del crimen en el mercado de Palermo... ¡por favor, no dejéis tampoco de comentarlo! Y si en uno u otro sitio se os ocurren planteamientos alternativos, paralelos o intrahistóricos, pues mejor. Se trata de ver hasta dónde nos lleva el viaje, pero, sobre todo, de disfrutar de cada uno de sus paisajes; o de cambiar de destino si no nos gustan. Y se trata de vencer al fantasma de lo inacabado.
Espero que la idea os atraiga. Si no es así, decídmelo también, pues aunque el sentido del ridículo hace tiempo que lo tengo un poco desajustado, es de suyo que, sin cómplices, la idea no tiene gracia alguna.
Bueno, pues el reto ya está planteado. Si hay nihil obstat por vuestra parte, prometo lanzar ya el comienzo de la novela en la siguiente entrada de este blog, que ésta ya ha quedado un poco larga.
Y lo dicho: a escribir, que de eso se trata al final.
Alea iacta est.
Madrid, 5 de junio de 2013
Hola Alfonso, si has escrito ese pedazo de texto sólo para presentar la idea, no me quiero ni imaginar lo que puede venir detrás.
ResponderEliminarLo que no sé es de dónde sacas tiempo, pero bueno, cada uno es dueño del suyo y alguna magia tendrás que ya nos contarás (coño, un pareado!).
Por darte alguna idea, una amiga escribió una historia un poco de la manera que tú quieres hacer (o eso creo), y la montó en un blog, de manera que puedes ir revisando los capítulos, hacer anotaciones, y lo que te parezca adecuado. Te paso la dirección para que lo hojees si te place (https://buscandose.wordpress.com/).
Encantado de verte tan "energético", y creo que la posible llegada de los calores llama a unas cervecitas veraniegas ¿no?.
Un abrazo.
Gracias, Juan. Tú siempre el más rápido del Oeste. Si esto funciona, te toca el haber sido quien rompió el hielo.
EliminarMiraré la página que dices.
Y las cañas cuando quieras!!
Comencemos ese viaje...
ResponderEliminarGracias por apuntarte. Un abrazo.
EliminarHola Alfonso, me ha encantado la propuesta, es muy generosa de tu parte. Me sumo al viaje.
ResponderEliminarMe gustaría compartir algo que escuche hace poco en TED ( Ideas worth spreading)
http://www.ted.com/playlists/11/the_creative_spark.html
Un abrazo.
A mí sí que me ha encantado tu recomendación. Muchas gracias y bienvenida.
EliminarMi querido amigo y compañero,
ResponderEliminarquizá alimente cierta contradicción -que no incoherencia, espero y opino de corazón- si reconozco el merecimiento del aplauso que brindan a tu idea pero, al mismo tiempo, si me lo permites, trato de incentivar tu paciencia para que justifique su definición y aguarde a conocer de primera mano lo que el futuro, próximo o lejano, te tenga reservado en ese metro, hotel o misma casa.
Aplicando al caso la reflexion del Miguel de mi vida al serle diagnosticada su enfermedad, "como nunca me he preguntado cuándo iba a morir o cuánto me quedaba ¿por qué hacerlo ahora?", si no tuviste prisa por acabar lo que no había empezado no la tengas ahora por rematar lo que sin duda lleva su tiempo. Igual que esas primeras 60 paginas aparecieron de repente, vendrán otras 60... Y si se hacen esperar será que todavía no merecen ser escritas.
Si no es urgencia sino participación lo que te mueve, entiendo que de una u otra manera la "colaboración" del resto ya la tienes en cada mirada, gesto o texto ajenos que se cruzan en tu camino y no serán los mismos si pierden su deambular natural. Claro que lo mismo mejoran al amparo del fin que nos propones (creo que definitivamente no es contradicción ni incoherencia sino mera inseguridad me temo).
En cualquier caso, cuentas con la ventaja de que procedas como procedas... bien procedido estará.
Con este motivo y con mi agradecimiento por haberme empujado a dedicarte estas líneas, recibe un abrazo fuerte de tu compañero y buen amigo.
JOTA ESE PE
Pd. La semana que viene te veo
Querido Jota Ese Pe: Gracias por tu reflexión, que en absoluto me parece contradictoria, sino valiente y acertada. En cualquier caso, no se trata de dudar del camino, que efectivamente no lo hago, sino de daros las gracias por anticipado por cruzarnos de vez en cuando en él. Un fuerte abrazo y hasta pronto.
EliminarUn placer y un privilegio ir leyendo lo que escribas, tu modo de sugerirlo me parece una de los mejores textos que te he leído. Solamente te diría que nos leas o escuches pero no nos hagas demasiado caso; lo que hasta ahora has publicado tiene fuerza, transmite la personalidad del creador y de su obra y, sobre todo, engancha, no creo ser la única que está deseando leer más. Por eso me surge la duda de si el trabajo del escritor, el tuyo, no debería buscar más la introspección que las opiniones ajenas. Dicho esto, si algo entiendo muy bien es la desesperante dispersión que nos impide hacer tantas cosas, si podemos -nos permites- echarte una mano para vencerla ¡adelante1
ResponderEliminarGracias, Loreto, por tus palabras y tus ánimos. ¡Y a vencer la dispersión!
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