Verás, estimado
lector, no sé si por influjo del pertinaz siroco que en los últimos meses ha
soplado en mi existencia o por pura testarudez en resistirme al mismo, pero lo
cierto y verdad es que al final no hay una, sino tres distintas historias en
ciernes con aspiración de llegar a novela. Como irás comprobando de su sucesiva
publicación en este cuaderno de bitácora, cada una es por completo distinta a
las demás y se desarrolla en épocas absolutamente dispares. No me preguntes por
qué ni cómo llegaron a mí, pues no sabría responder, pero las tres están
ahí y reclaman su derecho a crecer y desarrollarse, así que las opciones se
acrecientan y la importancia de tu opinión también. Por eso te pido que te
manifiestes, que no dejes que lo hagan otros por ti y que, de entrada, me digas
cuál de los tres inicios que propongo te atrae más, cuál en definitiva te
gustaría ver completado o, simplemente, sobre cuál de ellos te agradaría seguir
leyendo.
Y nada más; empecemos sin más demora con la primera de las tres propuestas.
EL CUADERNO ROJO
Por fin lo había
encontrado. Existía. El ya lo sabía; siempre lo había sabido. Pero tenerlo
delante y poder contemplarlo representaban la culminación de una secreta
esperanza y, por ende, de una incierta ansiedad. Sólo entonces se dio cuenta:
los que sueñan siempre esperan y en la espera, incluso el más paciente
experimenta tarde o temprano el desasosiego de no saber si aguarda en vano. Y
él no era, desde luego, ejemplo alguno de paciencia.
Lo había imaginado de otro modo. Quizá más grueso, más grande también el formato, pero lo que le llamó más la atención fue sin duda el intenso color rojo de la cubierta. En sus sueños, él siempre se lo había representado encuadernado del modo más discreto: los diarios no pueden llamar la atención desde sus tapas -era obvio-. Sin embargo, aquel rojo pasión, ahora, también le parecía una buena idea: ¿acaso los animales más inofensivos no se visten con colores chillones para asustar a sus depredadores?
Tocó apenas la superficie y se asombró al comrobar que, a pesar de su aspecto aterciopelado, era más bien rugosa. Y lo abrió, sólo para cerciorarse de que había algo escrito en su interior, de que no se trataba de un falso sueño, de un espejismo al que su obsesión le hubiera podido arrastrar. Resolló de satisfacción cuando vio todas aquellas hojas llenas de palabras. El tesoro más preciado que tanto había buscado estaba efectivamente allí. Podía, pues, por fin, aprehenderlo. Se sentó y se dispuso a leer. Abacó los dedos y folgó en las hojas que le llamaban como niños pequeños y risueños. Y tuvo por fin a Yaiza.
Leyó con parsimonia, como si el futuro ya sólo le perteneciera a ella, como si el tiempo no contara más que para saber de ella. Se detuvo primero en cada letra, asombrándose de la hermosa caligrafía; de los bucles, levógiros y dextrógiros; de las cúspides, óvalos, hampas y jambas... No había que ser un perito para comprender que aquel cuaderno había sido escrito con amor, con infinita dulzura, y que lo había hecho alguien con una habilidad escritural muy apreciable. La inclinación, levísima pero observable hacia la derecha, junto a la limpieza de los trazos, ya decían mucho. La armonía, sin embargo, procedía de modo principal de la elegancia intrínseca de cada signo, de la belleza de cada letra, de su capacidad para evocar épocas pasadas en que la escritura, la caligrafía, eran en verdad un arte, y no precisamente menor. Definitivamente, en este presente devaluado por el mecanicismo y la tecnología, leer aquel diario suponía un inmenso regalo, un placer difícil de describir.
Siguió leyendo. No buscaba nada en particular, pero se descubrió repentinamente intrigado, casi ansioso por averiguar todo lo que aquel diario podía contarle de Yaiza. Se sintió como cuando de niño se ocultaba a oscuras en su habitación y escudriñaba los movimientos de aquella muchacha -cuyo nombre nunca supo-, que vivía en el edificio al otro lado de su calle. Como aquella vez en que comenzó a desvestirse cerca de su ventana, la que él espiaba, hasta que bajó la persiana y le privó de contemplarla en toda su belleza. Aquellos instantes, aquel breve sueño, su anhelo, estaban de nuevo allí, frente a aquel libro rojo que cada vez leía con más ansiedad, confiando en que esta vez nada le impediría conocer la belleza interior de su amada, esta sí con un nombre.
Madrid, 29 de mayo-31 de julio de 2013.
Bonita entrada. ¿Qué intriga contiene el diario de Yaiza? siento curiosidad.
ResponderEliminarMuchas gracias, Miguel, por tu comentario. Un saludo.
EliminarPara cuando el segundo y tercero?
ResponderEliminarSi me permites una muy humilde critica (y con dudas) quizás simplificaria un poco el estilo, a veces la prosa mas simple es la más bella. En algún párrafo la lectura no es tan fluida probablemente por un exceso de símiles?...
En cualquier caso, como inicio de una historia, invita a leer y se disfruta. Gracias
Gracias, amigo, por tu comentario y por tu consejo. Es cierto que a veces ese exceso que mencionas puede dificultar la lectura, pero a su vez me cuesta renunciar a presentar determinadas imágenes conforme pretendo. En cualquier caso, como se trata de un experimento abierto, ¿qué te parece si le das continuidad a la historia y lo haces precisamente en el estilo que propones? ¿O incluso si reescribes los párrafos que te parecen demasiado cargados? Un saludo y gracias de nuevo.
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