Sé que no lo vais a
entender. Sé que vais a pensar que me he vuelto loco o, los más generosos, que
la presión ha sido demasiado fuerte y ha podido conmigo. Si no fuerais todos
amigos míos, puede que dijerais que soy un caprichoso, un egoísta o simplemente
un gilipollas. Tal vez consideréis que se trata de algo pasajero y que no hay
de qué preocuparse, pues volveré pronto a entrar en razón. Algunos incluso
puede que os digáis que me va a sentar bien, que me ayudará a valorar mejor la
suerte que tengo, que podré regresar renacido como el fénix. Sé que en el fondo
de cada uno de vosotros, es miedo lo que sentís; miedo empático, sí, pero miedo.
Miedo a que tire mi vida por la borda. Miedo a que eso que se llama éxito coja
la puerta y se vaya. Miedo a que tantos años de esfuerzo y dedicación, todo ese
trabajo empleado en llegar aquí, haya sido al final inútil. Miedo a que me
equivoque, sí. Ese miedo.
Pero sé que aún teméis más otra cosa. Sé que lo que os aterra
es algo más complejo. Porque a mí también me ha aterrado todos estos años. Sé
que lo que más miedo os da es que esté en lo cierto. Que esta locura mía sea la
decisión más cuerda. Que renunciar a este mundo de éxitos y agasajos, de
confort y de materialidad, sea lo más inteligente que uno puede hacer. Y que
todos y cada uno de vosotros lo tengáis igualmente claro. Porque, en
definitiva, sé que el miedo con que nos alimentamos desde que somos niños, el
miedo a fracasar, es el principal fracaso de nuestras vidas.
Desde luego que, si no fuerais todos amigos míos, si no me
conocierais, diríais que soy un imbécil. Y puede que lo sea, pero como diría el
poeta, "imbécil soy, mas imbécil enamorado". No, no pongáis esa cara:
no tengo ninguna aventura; sigo amando a Montse y ni se me ha pasado por la
cabeza -bueno, alguna vez sí, pero como a todos, ¿no?- buscar el sabor del amor
en otros lares. De eso ya supe antes de que nos comprometiéramos. Y sabéis que
yo cumplo mis promesas.
Así que no os confundáis: mi amor no ha cambiado de dirección
ni los 50 que estoy a punto de cumplir han desatado crisis hormonal alguna -o
quizá sí, pero no de ese tipo-.
La cuestión es mucho más simple. La cuestión es que
quizá el éxito sea otra cosa. Y que vivir sea lo importante. ¡Qué tontería! Eso
está claro. ¿Pero acaso buscar el éxito no es vivir? Pues depende de lo que
estemos dispuestos a entregar a cambio. De que sólo arriesguemos para llegar a
esa meta que un día nos fijamos y de que nos olvidemos de que el camino en sí
es la gran oportunidad que se nos ha dado. Y que si el fin nos impide
disfrutarlo, es que el fin hace tiempo que ha empezado.
Por eso hoy he decidido colgar la toga y descolgar las
máscaras de tragedia y comedia (del teatro griego, no os asustéis), y la
cámara, la pértiga y el foco del séptimo arte, y los lápices de colores de
poeta, y la máquina de escribir (nada que ver con el triste teclado) de
novelista antiguo y el metrónomo y la escuadra de dramaturgo y...
- Despierte Vd. haga el favor -la voz suena familiar,
poderosa y cercana, por más que no sepa identificar cuál es su origen-. Al Tribunal le gustaría conocer las razones que sustentarían la pretensión de su
cliente. ¿Podemos escuchar, pues, su alegato, o hemos de seguir esperando a que
regrese Vd. de allá donde se encuentre?
Agito la cabeza, aún aturdido, mientras apresuro azorado una
explicación:
-Disculpe Sr. Presidente; no sé qué me ha pasado... Tal vez que
ayer acabara otra vista en la Sección Cuarta a las once de la noche y después
de casi ocho horas ininterrumpidas. De verdad que lo lamento. En compensación,
y para tranquilidad del Tribunal, seré breve: Para solicitar una sentencia
absolutoria para mi patrocinado con todos los pronunciamientos favorables...
Definitivamente hoy no es aún el día. Tal vez mañana