Los seres humanos somos así; siempre buscando ocupaciones,
entretenimientos, espacios con que llenar el tiempo que se nos ha dado. Tanto,
que a veces resulta difícil reconocer la diferencia entre esas interminables
hileras de hormigas yendo y viniendo al hormiguero y cualquier calle importante
de no importa qué ciudad; con sus muchedumbres ordenadas de hombres y mujeres
deambulando frenéticos de casa al trabajo, del trabajo al supermercado y del
supermercado a casa. Personas y hormigas, ciertamente, a veces somos difíciles
de distinguir. O quizá sí: ellas son capaces de reconocerse incluso a distancia
y reconocer la senda feromónica que otras trazaron; nosotros a veces no nos
reconocemos ni a nosotros mismos y, desde luego, necesitamos señales y carteles
y gepeeses para saber por dónde sigue el camino.
Está, sin embargo, claro, que no somos hormigas. Ni debemos aceptar resignados la duda o la comparación; por más que químicos y biólogos puedan señalar que los esquemas que guían e interactúan en nosotros son sólo una fracción más complejos que los de nuestras pequeñas amigas.
Una fracción sí, ¡pero qué fracción! En biología -eso, al menos, dicen los que saben- los cambios más radicales surgen de infinitesimales mutaciones. Así que, aunque en términos absolutos, el ADN del gusano de la mosca pueda ser casi idéntico al nuestro, si se utiliza la escala adecuada se comprobará que lo que cualifica son las diferencias entrambos.
Incluso para los que somos de Letras, la cuestión es bien elemental. Por mínima que sea esa diferencia, en ella está toda la música de Mozart, Verdi, Sibelius, Springsteen o Mumford & Sons, los cuadros de Botticelli, Velázquez o Valdés, el teorema de Pitágoras, la teoría de la relatividad, Heráclito, Aristóteles, Hegel o Kant y hasta Hawking y Higgs. En esa misma fracción, es cierto, también están las Guerras del Peloponeso y las que han sido antes y después, el ataque a las Torres Gemelas y todos los atentados terroristas que en el mundo han sido, los Hitler, Stalins y demás asesinos en serie de la Historia, cada traición, cada venganza, cada calumnia... Unos y otros aspectos son los que nos cualifican, nos distinguen como seres humanos. Para bien y para mal. Pero, sobre todos ellos, somos hombres y mujeres y no hormigas porque amamos, lloramos ante el sufrimiento ajeno y somos capaces de emocionarnos ante las cosas más sencillas y las más complejas al mismo tiempo. De algunos compañeros de planeta podemos aprender, sin duda, algunas de estas cualidades, pero ni el mayor defensor y conocedor de nuestros parientes animales -Francisco de Asís- tuvo seguro duda alguna de que nuestra inmensa suerte como seres humanos estriba en que podemos dejar de correr de casa al trabajo, del trabajo a la tienda y de la tienda a casa y pararnos, en cualquier momento, saliéndonos de la fila, a contemplar lo que nos rodea, sintiendo en la piel la brisa suave de la tarde y la belleza del instante, agradeciendo el simple hecho de existir, de ser.
Madrid, 18 de noviembre de 2013
Totalmente de acuerdo. Eso es el Libre Albedrio, por el que no podemos hacer responsable a nadie de nuestras decisiones, acciones, omisiones...
ResponderEliminarvitelio desde noviembre 2013 no he sabido de vos.....¿es que no escribes o que no has corregido mi dirección? fdo: "el caballero audaz" (al que imita hasta Esperanza Aguirre)
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