Tomadura de pelo
sin complejos. Dos películas seguidas y recientes, una de puro estreno y otra
casi, y con las dos se me ha quedado la misma cara de asombro, de casi ganas de
agarrar al productor-director-guionista y amarrarlo a la butaca, con camisa de
fuerza y pinzas en los párpados al estilo “naranja mecánica”, y obligarle a ver
una y otra vez el producto que nos ha vendido. A ver si así entiende lo que
digo y lo que siento.
Porque pase que una
película sea mediocre o simplemente olvidable -de ésas tiene que haber
suficientes, para que cuando llegue una verdaderamente buena, puedas deleitarte
con ella-, pero lo que no tiene perdón de Dios, ni de Freud, ni de la madre de espectador
alguno es que te perfore las pupilas y el tímpano para llenarte el cerebro de
pura nada. Y eso es lo que tienen en común, a mis particulares ojos, los dos
envases vacíos que acabo de adquirir en la feria permanente del cine: “Los
juegos del hambre” y “Hotel Transilvania”.
Vamos con la
primera… Sí, reconozco que la culpa es mía, porque con ese título ya debía
imaginarme lo que venía detrás. Pero ya se sabe: noche víspera de festivo y los
adolescentes de casa sin plan, así que había que aprovechar el momento, y
acudir a una de las películas recientes más vistas no parecía tan mala elección.
Y a partir de ahí, y una estética de inicio mínimamente interesante por
orwelliana, el germen se autoinoculó y arraigó tan fuerte que me llevó hasta el
final mismo de la historia esperando que en algún momento se nos redimiera de
aquel espanto. Pero en vez de eso, el guión y la realización y los actores se
empeñaron hasta el último instante en dejarme hundido en el sillón, con la boca
inmensamente abierta de puro pasmo, incapaz de creer que era cierto que alguien
hubiese podido poner en las salas de cine de todo el mundo miles y miles de
copias de aquello.
La historia
pretende ser absurda; y lo consigue desde el primer momento: en un futuro
requeteconsumista y ultratecnológico, una docena de poblaciones malviven sin
apenas comida ni recursos como castigo por haberse levantado en armas contra el
Estado. De cada una de ellas, año tras año, se elige por sorteo a un chico y a
una chica adolescentes para participar en un concurso televisivo en el que sólo
puede quedar vivo uno de ellos para proclamarse vencedor. Y así a estos pobres
cobayas –que como nuevo ejemplo de la indigencia mental del guión, se les
denomina “tributos”-, se les ve correr, trepar a los árboles o acuchillarse
unos a otros –esto último, afortunadamente, se ve menos-. Y el resto de la sociedad,
que es el público que sigue atento el desarrollo del concurso –absurdo hasta el
paroxismo en sus peinados, vestimentas y forma de expresarse-, emite grititos
de excitación, alegría o enfado en función de lo que contempla.
Pero lo peor es
que, junto a tales elementos –de por sí suficientemente patéticos, como puede verse-,
el elaborador de la receta tampoco se preocupa de introducir la más mínima
emoción ni sentido, ni de enmascarar ese absurdo con algún que otro detalle estético.
Los protagonistas –la pareja de uno de los distritos- no se sabe si está
buscando la hormona que desconocían tuvieran o simplemente una lentilla que se
les ha caído en mitad del bosque. Los malos –que son todos y no sólo en sentido
figurado- dan más pena que gloria. Y los efectos especiales son de videoclip de
los ochenta. Vamos, una delicia que encima dura y dura como el conejito aquél
del anuncio... Por eso cuando por fin acaba, el alivio no impide que te sigas
preguntando una y mil veces quien ha hecho posible tal engendro y te propones
firmemente buscar el momento en que vengarte de él -o ella- como se merece.
Respecto a “Hotel
Transilvania”, debo ser más indulgente. Al fin y al cabo, se dirige a un
público esencialmente infantil. Y la idea tiene algo de gracia: el pobre Conde
Drácula se ha quedado viudo y cuida amoroso a su hijita hasta que ésta llega a
la mayoría de edad de los vampiros -que como todo el mundo debiera conocer, se
alcanza a los 118 años-. Y mientras le construye un bonito castillo al que
acuden a hospedarse otros amigos monstruosos que pueden así esconderse y
descansar de los despiadados humanos. Con ese argumento y la ilusión que
siempre produce llevar al cine a tu hijita –ésta sí real-, allí que me planté,
aún dolorido por los estragos de la película del día anterior.
Dos horas después,
aún seguía buscando una risa sincera en mi interior. Mira que es difícil que
unos dibujos animados sean inanimados, que parezcan no sólo artificiales, sino
insulsos. Porque si algo se le presume a un dibujante, que no tiene por qué
encorsetarse ante los límites de nuestra realidad tridimensional, es que puede
recrear a su antojo cualquier cosa, estirarla o engordarla hasta hacer que
resulte graciosa, tan ocurrente como un sapo en calzoncillos que vuelve a
convertirse en el príncipe del cuento o en un ogro gruñón y bienintencionado que
golpea con su inmensa tripa gomosa a los guardias del malvado de turno. Pero en
“Hotel Transilvania” todo es medible, aprehensible, precedible, rutinario.
Drácula se enfada cuando toca. Y cuando es tierno es tan tierno como un palo de
algodón de azúcar ya chupado. Los monstruos son tan aburridos que se quedan
dormidos frente a su imagen en el espejo y la trama se diluye antes de haber
sido construida. Así que, ¡por favor, si queréis a vuestros hijos, sometedlos a
una sesión de güija antes que llevarlos a ver ese anodinamiento absoluto! Ellos
no lo entenderán al principio, pero os lo acabarán agradeciendo cuando crezcan un
poquito.
En cualquier caso, la
reflexión es inevitable: ¿qué hemos hecho para merecernos estas películas?
¿Dónde perdimos el norte y permitimos que nos vendieran unos productos tan
deficientes? Con todos los medios y recursos de que se dispone hoy en día,
¿cómo se explica que puedan salir estos exabruptos baratos y vergonzosos? Y,
sobre todo, ¿cuál es la razón de que puedan reproducirse como cucarachas las
copias de estas películas y proyectarse por todo el planeta sin que nadie nos
advierta de que ni siquiera llegan a la categoría de entretenimiento?
Quizá la culpa sea
nuestra. O seguro. Porque al fin y al cabo lo que importa hoy en día es que en
la sala puedas comerte un perrito-dos-salsas, o unas palomitas-sabor-jamón-ibérico,
o que la pajita del refresco sea lo suficientemente larga para no tener que
agacharte a absorberlo. Y nos hemos olvidado de que al cine le reservaron las
musas el número mágico de las artes, igual que Dios creó el domingo al séptimo día
para apreciar la belleza de su Creación.
Por eso, cuando la
próxima vez alguien os intente atravesar la pupila y el tímpano con una
película absurda y repugnante, levantaos y gritad bien alto “¡Viva Zapata!” y
arrojad el perrito y las palomitas y la pajita telescópica contra la pantalla,
hasta que el fundido en negro sea lo suficientemente multicolor para que Cukor
y Hawks y Visconti se levanten de sus tumbas y os aplaudan a rabiar.
Madrid,
11 de noviembre de 2012
Ay querido amigo... El CINE esta degenerando a pasos agigantados, por el empuje de la taquilla. Solo se gana dinero con grandes producciones y las grandes producciones van dirigidas a un publico joven que cada vez esta menos preparado culturalmente y menos interesado en temas culturales digamos clásicos... A pesar de mi gran afición al cine, cada vez soy mas selectivo buscando algo "decente" que ver y cada dia es mas difícil, asi que solo queda consolarse en la literatura y en películas clásicas (aunque sean de hace diez años algunas ya lo son. Y si quiero relajarme recurro a series de televisión, donde ultimamente han llegado grandes productores y guionistas que nos deparan productos de interés a los que además uno se engancha, un ejemplo reciente THE NEWSROOM sobre los entresijos de un informativo de prestigio en USA de una cadena de tv por cable, que sirve para aprender porque en España todos los informativos se han contaminado por el amarillismo y las noticias luctuosas en directo... ¡por la puta audiencia! En fin, otro dia te hablaré de mis dos ultiams decepciones este fin de semana, buscando cine de calidad, pero sin guiones aceptables: EN LA CASA francesa y EL LADRO DE PALABRAS usa... abrazo,
ResponderEliminarComparto contigo esa indignación ante las grandes producciones y el dinero desperdiciado en generar basura y degradar una de los más maravillosos medios de hacer arte con los que cuenta esta generación. Pero,además, me dejas preocupada porque no conocía elargumento de esos "juegos del hambre" que tienen encandilada a mi hija y a todos sus amigos y que, como ella consume a través de los libros, yo había aceptado encantada con ese socorrido "con tal de que lea".
ResponderEliminarA veces imagino a los adolescentes o jóvenes de hoy cuando se reúnan dentro de 30 años y hablen de su pasado, de cómo dormían entre dinosurios o muñecas monstruíto (lo último que he visto es una que viene con un bebé/esqueleto), jugaban fines de semana completos a ganar puntos en la play matando gente, aprendían historia con césar Vidal, filosofía con Paulo Coelho o la verdad de la vida con Jenifer Aniston y sus pelis románticas o esas otras ¿futuristas? de las que hablas. Con semejante bagaje ¿qué demonios van a hacer con este planeta?
¡Dadme, por favor, unmotivo para ser optimista!