Mi padre estuvo en
Belchite, ese pueblo que aún hoy puede visitarse tal cual quedó tras los
intensos combates que lo asolaron durante la Guerra Civil. Franco decidió que
no se restaurase, según parece, para que a diferencia de esos tantos otros
lugares de nuestra geografía que padecieron igualmente el horror de las bombas
y los disparos, allí el olvido no fuera tan fácil.
Mi padre participó en aquella terrible batalla, aunque él siempre me dijera que no disparó un solo tiro. Y es posible que así fuera, pues su condición de capitán médico parece que no lo requería.
Le habían movilizado
y asignado al Ejército del Este del General Pozas. Mi padre era ya médico en
ejercicio cuando empezó la contienda y en dicha condición fue llevado al
frente; por lo que sí, aunque luchara en Belchite, pudo perfectamente hacerlo
con bisturíes, gasas, aguja e hilo de coser. Supongo que su especialidad de
neurología no era demasiado valorada en aquellas circunstancias y que en
definitiva era la medicina de campaña, herida y amputación la única para la que
precisaban de sus servicios. Y es una lástima, porque si le hubieran dejado
desarrollar su verdadera especialización -la psiquiatría entonces no era más
que una subrama de la neurología-, a lo mejor hubiera podido ayudar a los
distintos contendientes a no terminar de volverse locos. Pero si improbable resulta
efectivamente que llegase a disparar algún tiro, más cuesta creer que le
dejaran tratar a soldado, suboficial ni oficial alguno de las dolencias que
aquel horror les producirían. Simplemente no me imagino que quienes llevaban a
sus compatriotas a las trincheras y a la muerte contemplaran bien la idea de un
psiquiatra que pudiera ayudarles a ver lo absurdo de esa situación.
Yo nací muchos años después de aquello, pero el hombre que conocí no era desde luego de izquierdas. Y tampoco creo que lo hubiera sido antes. Simplemente vivía en Barcelona cuando estalló la Guerra. Y Barcelona era zona republicana, así que le movilizaron los de ese bando. Daba igual; en aquellos tiempos todos tenían que ser de una de las dos Españas machadianas. Y si no lo eras, te asignaban la que tocara y punto.
Aún conservo la sentencia que dictó el Consejo de Guerra franquista que le condenó. Para quien ama el Derecho, es una pura aberración, un ejemplo de autocomposición sin ningún sentido. Dice así:
"RESULTANDO: Que el procesado M.T.F., de profesión médico, de
filiación política de derechas y de buena conducta privada y profesional, que
al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional se encontraba prestando sus
servicios profesionales en el Sanatorio de San Justo Desverne, continuando en
dicho Sanatorio, donde socorrió y escondió a personas de derechas que allí se
encontraban. Movilizado su reemplazo se incorporó a filas y por su profesión
fue asimilado al grado de Teniente Médico con destino en un hospital de la
retaguardia y con posterioridad ascendió a Capitán Médico siendo destinado a
unidades del frente donde actuó como ayudante del Jefe de Sanidad de la 25
División roja. Se desconoce que haya tomado parte en hechos delictivos ni otra
actuación que la puramente profesional.
"Y CONSIDERANDO: Que los hechos que se dejan relatados son
constitutivos de un delito de auxilio para cometer la rebelión militar previsto
y penado en el párrafo primero del art. 240 del Código de Justicia Militar y
del que es responsable en concepto de autor el procesado.
"FALLAMOS: Que debemos condenar y condenamos al procesado M.T.F.
a la pena de DOCE AÑOS Y UN DÍA DE RECLUSION MENOR, llevando consigo las
accesorias legales correspondientes."
Afortunadamente la
sentencia apenas se ejecutó. Mi padre tenía buenos amigos que intercedieron por
él y pudo abandonar la cárcel a los pocos meses. Otros muchos no tuvieron esa
suerte y fueron inmediatamente ejecutados o pasaron largas temporadas en
prisión. Algunos eran los mismos que habían ejecutado antes a compatriotas del
bando contrario. La mayoría, sin embargo, nada le debía al bando contrario.
Unos y otros sufrieron el último acto devastador de aquella guerra fratricida.
Pero la memoria es falsa. Y más cuando la construyes con los recuerdos que has escuchado a otros. Por eso hoy me he acordado de Belchite, cuando navegando por la red me he topado con una página que narra y adjunta fotografías de una de las posiciones artilleras del ejército republicano en aquella batalla: la del Mojón del Lobo.
Mi padre me lo había contado ya cuando niño. Y como niño me había quedado grabado para siempre. Me había dicho que los zapadores republicanos habían agujereado la montaña para emplazar mejor los cañones y poder alcanzar con menos riesgo a los defensores nacionales del pueblo. Y me contó que los artilleros le provocaban incitándole a mirar a través de aquellas inmensas oquedades diciéndole: "Mira, mira, y verás cómo le damos al cabrón de tu primo".
Aquello, como digo, marcó mi mente infantil, que no entendía que alguien pudiese realmente regodearse como lo hacían aquellos hombres, a quienes mi imaginación pintaba con grandes bocas siniestras, abiertas como los agujeros de la montaña, por las que salían a borbotones sus carcajadas como inmensas bolas de fuego contra el indefenso primo de mi padre. Y a éste le veía aguantando firme el desafío de aquellos malnacidos, apretando los dientes y los puños por no poder evitar que apuntasen a su primo.
Años después, ya fallecido mi padre, leí en algún lado que efectivamente mi tío segundo había muerto en aquella batalla, fusil en mano, defendiendo la población de la que era Alcalde. Y aquella historia infantil, casi perdida de mi memoria, volvió a visitarme. Pero de nuevo el tiempo y las miles de cosas que nos obligamos a hacer agobiados con su transcurso hicieron que me olvidara de ello por segunda vez.
Hasta hoy, al ver las fotos en la web de aquellas inmensas cuevas y sus ventanas, las mismas que me describía mi padre cuando niño, las mismas que mi imaginación pintaba negras y oscuras, como si supiera que hasta el nombre de aquel lugar era siniestro. Y al contemplarlas, aquella lejana historia se ha presentado inquietante y desabrida. Porque sí que era cierto que en aquella guerra unos primos tenían que ver cómo los cañones apuntaban a otros primos. Y aguantar que las carcajadas de la muerte resonaran sin poder decir "¡Basta!, ¡dejad de apuntar y meteos el cañón por donde os quepa!". Porque sí que en Belchite, como en Brunete, como en casi cada pueblo de nuestra geografía, unos y otros españoles decidieron que otros y unos españoles eran el enemigo y que no merecían seguir viviendo. Lo que, dicho tal cual es, sigue hoy, setenta y cinco años después, resultando escalofriante. Como las ruinas de Belchite. Como las bocas del Mojón del Lobo.
Madrid, 23
de noviembre de 2012