La Historia, con frecuencia, tiene estas gracias. Un día, un país se dispone a ser una cosa y, ¡zas!, llega la Gran Señora y lo pasa al extremo opuesto. Vamos, que como en la famosa teoría del péndulo, los vuelcos en este tema son radicales o no son. De todos modos, este apotegma tampoco es patrimonio único de los pueblos, sino más bien extensión a estos del eterno juego del azar con nuestras vidas (¡qué bien visualizado por Wood Allen en la secuencia del anillo y la barandilla en Match Point!).
Porque, ¿acaso hay alguien entre nosotros que pueda decir que nunca ha influido la aleatoriedad en cuestiones trascendentales del devenir de su vida? ¿Alguien que no haya conocido a su pareja, por ejemplo, de pura casualidad? ¿Alguien que pueda explicar que fue siempre consecuencia perfectamente lógica de los acontecimientos precedentes cómo encontró su trabajo o por qué sus amigos son los que son?
Pero volvamos a la historia colectiva y a cómo un hecho puntual puede cambiar el futuro de pueblos enteros desde la raiz. Ejemplos aquí hay los que quieras: los 300 de las Termópilas -poco fidedigna, pero estupenda, por cierto, la película de Snyder- resistiendo contra pronóstico al mastodóntico invasor persa, Aníbal a punto de entrar en Roma que se vuelve a casa inesperadamente, César y su alea jacta est poniendo la puntilla a la República romana, la victoria de Constantino en el puente Milvio, Covadonga y Don Pelayo... ¡Y tántos otros! A veces -como puede verse-, es un continente entero el que cambia de destino. Y no sólo por hechos ocurridos en su suelo o próximos a él, ni siquiera durante el escaso periodo de tiempo que media entre un punto y otro de la caprichosa espiral del tiempo. No; hay ocasiones en que el devenir de todos los pueblos de un gran continente queda duraderamente forjado por acontecimientos puntuales ocurridos a miles de kilómetros de distancia, cientos de años antes de todo lo demás.
Dando un paso más, es perfectamente entendible que en España nos sintamos orgullosos de haber reunificado la historia del viejo y del nuevo mundo, hasta entonces corriendo en paralelo, prácticamente desconocidos el uno del otro -sí, Erik el Rojo puede que llegara a las costas del actual Canadá, pero no lo hizo para quedarse ni desde luego le importó una higa lo que después pasara con los habitantes de aquellas tierras-. Que los barcos, capitanes, pilotos y marineros que acompañaron a Colón en su primer viaje fueran también producto genuinamente made in Spain, que tras ellos llegaran miles más de compatriotas que explorarían toda América y que la Corona española dedicase ingentes recursos para la colonización, explica sin duda que hoy se hable español en la mayoría de los países del continente, entre otras muchas cosas.
Pero que con aquella bandera y aquellos hombres llegara igualmente la Cruz y no la media luna, y que por tanto hoy los americanos recen en Iglesias y no mirando a La Meca, no se debe sólo a los colonizadores que cruzaron el Océano o a la Reina Católica de Castilla que financió aquella empresa. Sí, ellos resultaron los agentes definitivos, pero casi tres siglos antes, en un pequeño enclave de Andalucía, otros hombres y otros reyes fueron quienes evitaron que la historia futura de América se conjugase en árabe.
El pasado 16 de julio, de hecho, se cumplieron 800 años de aquel momento decisivo para ambos mundos, el hispano y el americano. La batalla de las Navas de Tolosa fue realmente el punto de no retorno de la Reconquista por los cristianos, que, tras siglos de inexorable avance, habían visto como el Imperio almohade no solo les había detenido, sino que les había hecho retroceder de nuevo. En tal tesitura, las fuerzas coaligadas de Castilla, Navarra y Aragón, junto a un puñado de cruzados procedentes de otros reinos europeos, se enfrentaron y derrotaron al más numeroso ejercito del califa Al-Nasir, produciéndole tal volumen de bajas que los almohades jamas se recuperarían de ellas. De hecho, en las siguientes cuatro décadas, los cristianos acabarían reconquistando la practica totalidad de la Península, salvo el reino de Granada, que subsistiría doscientos más gracias a los tributos que satisfacía a Castilla, principalmente.
Aquella mañana de lunes, la historia se levantó de la cama y decidió que España, una España que ni siquiera entonces tenía ese nombre, sería definitivamente cristiana o no sería y que por muchos miles más que fueran los combatientes almohades, la gloria sería para los reyes de Castilla, Navarra y Aragón. Y por eso aquel día se decidió que América no rezara mirando a la Meca y que fuera exactamente lo que es hoy.
Aulio Vitelio,
ResponderEliminarhas tocado uno de mis episodios favoritos y me gustaría, con tu permiso, profundizar en él: porque España no sólo exterminó al ajérito añlmohade sino que, a semejanza del último mundial de fútbol, no sólo es importante lo que hizo sino cómo lo hizo:
1) El Rey Alfonso VIII fue fiel a sus principios de caballero cristiano y por no ceder a la codicia del nunmeroso contingente cruzado que se le unión en principio, impidió a éstos asaltar la judería de Toledo, lo que provocó la retirada malhumorada de la inmensa mayoría de los cruzados del ejército cristiano. Sobre el papel esto fue una mala decisión porque los cruzados tenían gran experiencia en la lucha contra musulmanes no moros y un gran contingente del ejército almohade no estaba compuesto ni siquiera de marroquíes sino de turcos y otros contingentes venidos de Oriente Medio. Pero algunos cruzados idealistas, sobre todo franceses, se quedaron y parace ser que su conocimiento de las tácticas de los musulmanes fue decisivo a la hora de plantear la estrategia en la batalla. Sin extenderme demasiado, en el ejército cristiano había soldados profesionales bien armados y entrenados, pero buena parte del mismo lo componían mesnadas aportadas por los municipios, mal armadas y mal preparadas. Pues bien, los cruzados franceses sabían que la táctica de los musulmanes, poco acorazados pero muy ágiles, consistiría en envolver al ejército cristiano en una bolsa y no dejarle maniobrar bien, para acto seguido acribillarle con las flechas envenenadas del contingente turco. Esta táctica, aplicada por los alemanes siglos más tarde, hubise sido fácil de ejecutar si se hubiese dejado manobarar solas a las milicias municipales. Pero los cruzados aconsejaron intercalar caballeros y soldados profesionales entre estas milicias para que no cediesen fácilmente a las maniobras envolventes. Se quedaron pocos cruazados pero buenos y el comportamiento de Alfonso VIII convenció a los que quedaron de que luchaban por un monarca justo y por una causa justa.
2) Otro factor importantísimo para que la victoria fuese completa vino de la prohibición absoluta de entregarse al saqueo bajo pena de excomunión. Efectivamente, se podría haber ganado la batalla, pero no la guerra, si tras la victoria militar se hubiesen entregado al saqueo porque eso hubiese permitido escapar a miles de soldados del ejercito almohade. No fue así; tras la desbandada del ejército almohade las mesnadas cristinas se dedicaron 100% a la persecución y se pasaron horas alanceando a los soldados huídos, muchos de ellos escondidos en las abundantes encinas de la zona, de modo que al ponerse el sol, el éjército almohade estaba literalmente exterminado. De los 200.000 efectivos se salvaron sólo unos pocos cientos y el mismo Al-Nassir, Miramomolín que llamamos los cristianos (Emir al muslimin o comendador de los creyentes), escapó por los pelos. Tras la victoria quedaron abiertas de par en par las puertas del valle del Guadalquivir, que Fernando III ganaría en las décadas siguientes.
3) Otro factor decisivo de la victoria es que la zona, aunque había quedado "despoblada" tras el desastre de la Batalla de Alarcos, es que seguía habiendo pobpación crisitiana en la zona, y fue un pastor, Martín Alhaja (Vaya alhaja!) el que guió al ejército cristiano por un atajo que le permitió evitar el desfiladero de Despeñaperros y encarar la batalla en campo llano. Moraleja: por muy grande y bueno que sea tu ejército si no colonizas, no conquistas. ¡Que se lo digan a los franceses del Valle del MIssisipi! La gran gesta de España en América no fue la conquista sino la colonización.
En suma, gran gesta esta de las Navas de Tolosa, y te alabo el gusto, Aulio Vitelio, por recordarnos la efeméride de tan gloriosa gesta, que cambió el mundo.
Última reflexión; Al Nassir se retiró al Norte de Africa, donde al poco tiempo fue asesinado por los suyos. ¡Había una diferencia entre los cristianos y los mahometanos!
Gracias, amigo, por tus precisas aportaciones. Efectivamente la batalla, sobre el terreno, parecía más propicia para los almohades, pero las sucesivas circunstancias que describes acabaron inclinándola del lado cristiano.
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