Alienta el aire que te llene los pulmones
Como el cielo que nos cubre te conceda
Pues en todos los lugares que hoy encuentres
Hallarás lo que otros ya no esperan
El recuerdo que en sus sueños solo queda.
Hoy es viernes, venidero y bienvenido.
Es Otoño, Verano y Primavera.
Como todos los pájaros que trinan
Como todos los amantes que se besan
El Invierno aún no tiene la respuesta.
Los susurros sólo sirven como imagen
Del regalo de estos muros y estas piedras
Foto alegre de quienes las hicieron
Paseándolas en aquella vez primera
En que fueron lo que ya por siempre fueran.
Tal murmullo inaudito aletargado
No quebranta el presente enamorado
En que nos mecemos impacientes
Ni reata los cabos desnudados
Que al viento del estío hemos lanzado
Jarcia arriba, corazón pudiente.
Todo ese ayer es aquí aún lejano
Y no eterno recuerdo encadenado.
Es risa imaginada o recreada
Y no resoplar de polvo viejo y olvidado
De corazón de terciopelo ajado
De poeta de luna enamorado.
Mas vendrá el día en que serás también pasado
Y luchará tu voz en las esquinas
De los muros que besaste y te besaron
De los vientos que bebiste y te lanzaron.
Y ese día serás todo sin ser nada
Mas que eco recogido y resonado
Foto alegre de este hoy que te es donado
Luz, murmullo, punto innominado.
Llena, pues, el aire que te quepa en los pulmones
Y que el viento de este viernes sea propicio.
Yale, 11 de agosto de 2012.
martes, 14 de agosto de 2012
sábado, 4 de agosto de 2012
El día en que América no rezó hacia La Meca
La Historia, con frecuencia, tiene estas gracias. Un día, un país se dispone a ser una cosa y, ¡zas!, llega la Gran Señora y lo pasa al extremo opuesto. Vamos, que como en la famosa teoría del péndulo, los vuelcos en este tema son radicales o no son. De todos modos, este apotegma tampoco es patrimonio único de los pueblos, sino más bien extensión a estos del eterno juego del azar con nuestras vidas (¡qué bien visualizado por Wood Allen en la secuencia del anillo y la barandilla en Match Point!).
Porque, ¿acaso hay alguien entre nosotros que pueda decir que nunca ha influido la aleatoriedad en cuestiones trascendentales del devenir de su vida? ¿Alguien que no haya conocido a su pareja, por ejemplo, de pura casualidad? ¿Alguien que pueda explicar que fue siempre consecuencia perfectamente lógica de los acontecimientos precedentes cómo encontró su trabajo o por qué sus amigos son los que son?
Pero volvamos a la historia colectiva y a cómo un hecho puntual puede cambiar el futuro de pueblos enteros desde la raiz. Ejemplos aquí hay los que quieras: los 300 de las Termópilas -poco fidedigna, pero estupenda, por cierto, la película de Snyder- resistiendo contra pronóstico al mastodóntico invasor persa, Aníbal a punto de entrar en Roma que se vuelve a casa inesperadamente, César y su alea jacta est poniendo la puntilla a la República romana, la victoria de Constantino en el puente Milvio, Covadonga y Don Pelayo... ¡Y tántos otros! A veces -como puede verse-, es un continente entero el que cambia de destino. Y no sólo por hechos ocurridos en su suelo o próximos a él, ni siquiera durante el escaso periodo de tiempo que media entre un punto y otro de la caprichosa espiral del tiempo. No; hay ocasiones en que el devenir de todos los pueblos de un gran continente queda duraderamente forjado por acontecimientos puntuales ocurridos a miles de kilómetros de distancia, cientos de años antes de todo lo demás.
Dando un paso más, es perfectamente entendible que en España nos sintamos orgullosos de haber reunificado la historia del viejo y del nuevo mundo, hasta entonces corriendo en paralelo, prácticamente desconocidos el uno del otro -sí, Erik el Rojo puede que llegara a las costas del actual Canadá, pero no lo hizo para quedarse ni desde luego le importó una higa lo que después pasara con los habitantes de aquellas tierras-. Que los barcos, capitanes, pilotos y marineros que acompañaron a Colón en su primer viaje fueran también producto genuinamente made in Spain, que tras ellos llegaran miles más de compatriotas que explorarían toda América y que la Corona española dedicase ingentes recursos para la colonización, explica sin duda que hoy se hable español en la mayoría de los países del continente, entre otras muchas cosas.
Pero que con aquella bandera y aquellos hombres llegara igualmente la Cruz y no la media luna, y que por tanto hoy los americanos recen en Iglesias y no mirando a La Meca, no se debe sólo a los colonizadores que cruzaron el Océano o a la Reina Católica de Castilla que financió aquella empresa. Sí, ellos resultaron los agentes definitivos, pero casi tres siglos antes, en un pequeño enclave de Andalucía, otros hombres y otros reyes fueron quienes evitaron que la historia futura de América se conjugase en árabe.
El pasado 16 de julio, de hecho, se cumplieron 800 años de aquel momento decisivo para ambos mundos, el hispano y el americano. La batalla de las Navas de Tolosa fue realmente el punto de no retorno de la Reconquista por los cristianos, que, tras siglos de inexorable avance, habían visto como el Imperio almohade no solo les había detenido, sino que les había hecho retroceder de nuevo. En tal tesitura, las fuerzas coaligadas de Castilla, Navarra y Aragón, junto a un puñado de cruzados procedentes de otros reinos europeos, se enfrentaron y derrotaron al más numeroso ejercito del califa Al-Nasir, produciéndole tal volumen de bajas que los almohades jamas se recuperarían de ellas. De hecho, en las siguientes cuatro décadas, los cristianos acabarían reconquistando la practica totalidad de la Península, salvo el reino de Granada, que subsistiría doscientos más gracias a los tributos que satisfacía a Castilla, principalmente.
Aquella mañana de lunes, la historia se levantó de la cama y decidió que España, una España que ni siquiera entonces tenía ese nombre, sería definitivamente cristiana o no sería y que por muchos miles más que fueran los combatientes almohades, la gloria sería para los reyes de Castilla, Navarra y Aragón. Y por eso aquel día se decidió que América no rezara mirando a la Meca y que fuera exactamente lo que es hoy.
Porque, ¿acaso hay alguien entre nosotros que pueda decir que nunca ha influido la aleatoriedad en cuestiones trascendentales del devenir de su vida? ¿Alguien que no haya conocido a su pareja, por ejemplo, de pura casualidad? ¿Alguien que pueda explicar que fue siempre consecuencia perfectamente lógica de los acontecimientos precedentes cómo encontró su trabajo o por qué sus amigos son los que son?
Pero volvamos a la historia colectiva y a cómo un hecho puntual puede cambiar el futuro de pueblos enteros desde la raiz. Ejemplos aquí hay los que quieras: los 300 de las Termópilas -poco fidedigna, pero estupenda, por cierto, la película de Snyder- resistiendo contra pronóstico al mastodóntico invasor persa, Aníbal a punto de entrar en Roma que se vuelve a casa inesperadamente, César y su alea jacta est poniendo la puntilla a la República romana, la victoria de Constantino en el puente Milvio, Covadonga y Don Pelayo... ¡Y tántos otros! A veces -como puede verse-, es un continente entero el que cambia de destino. Y no sólo por hechos ocurridos en su suelo o próximos a él, ni siquiera durante el escaso periodo de tiempo que media entre un punto y otro de la caprichosa espiral del tiempo. No; hay ocasiones en que el devenir de todos los pueblos de un gran continente queda duraderamente forjado por acontecimientos puntuales ocurridos a miles de kilómetros de distancia, cientos de años antes de todo lo demás.
Dando un paso más, es perfectamente entendible que en España nos sintamos orgullosos de haber reunificado la historia del viejo y del nuevo mundo, hasta entonces corriendo en paralelo, prácticamente desconocidos el uno del otro -sí, Erik el Rojo puede que llegara a las costas del actual Canadá, pero no lo hizo para quedarse ni desde luego le importó una higa lo que después pasara con los habitantes de aquellas tierras-. Que los barcos, capitanes, pilotos y marineros que acompañaron a Colón en su primer viaje fueran también producto genuinamente made in Spain, que tras ellos llegaran miles más de compatriotas que explorarían toda América y que la Corona española dedicase ingentes recursos para la colonización, explica sin duda que hoy se hable español en la mayoría de los países del continente, entre otras muchas cosas.
Pero que con aquella bandera y aquellos hombres llegara igualmente la Cruz y no la media luna, y que por tanto hoy los americanos recen en Iglesias y no mirando a La Meca, no se debe sólo a los colonizadores que cruzaron el Océano o a la Reina Católica de Castilla que financió aquella empresa. Sí, ellos resultaron los agentes definitivos, pero casi tres siglos antes, en un pequeño enclave de Andalucía, otros hombres y otros reyes fueron quienes evitaron que la historia futura de América se conjugase en árabe.
El pasado 16 de julio, de hecho, se cumplieron 800 años de aquel momento decisivo para ambos mundos, el hispano y el americano. La batalla de las Navas de Tolosa fue realmente el punto de no retorno de la Reconquista por los cristianos, que, tras siglos de inexorable avance, habían visto como el Imperio almohade no solo les había detenido, sino que les había hecho retroceder de nuevo. En tal tesitura, las fuerzas coaligadas de Castilla, Navarra y Aragón, junto a un puñado de cruzados procedentes de otros reinos europeos, se enfrentaron y derrotaron al más numeroso ejercito del califa Al-Nasir, produciéndole tal volumen de bajas que los almohades jamas se recuperarían de ellas. De hecho, en las siguientes cuatro décadas, los cristianos acabarían reconquistando la practica totalidad de la Península, salvo el reino de Granada, que subsistiría doscientos más gracias a los tributos que satisfacía a Castilla, principalmente.
Aquella mañana de lunes, la historia se levantó de la cama y decidió que España, una España que ni siquiera entonces tenía ese nombre, sería definitivamente cristiana o no sería y que por muchos miles más que fueran los combatientes almohades, la gloria sería para los reyes de Castilla, Navarra y Aragón. Y por eso aquel día se decidió que América no rezara mirando a la Meca y que fuera exactamente lo que es hoy.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)