sábado, 16 de junio de 2012

Romper amarras


Rompería, hoy, esas amarras
que nos atan la conciencia de ser libres.
Mataría los duelos
y los cisnes
que no supieron predecir que era Verano
y se lanzaron, solos, viento en mano,
en busca de otro Sur
en pleno mayo.

Quiero plantar etérea la semilla
del vuelo de tu falda en mi memoria;
arrebatar al aire toda excusa
y prenderme para siempre de tu escote.
Quiero  pisar la arena de tu playa
buceando sobre el filo de ese abismo
que nos quiere separar cada mañana;
arrostrar los peligros y batallas
que nos hacen ver en cada paso lo que vale;
y respirar en el cuenco de tus manos
hasta beberme enteros tus caprichos.

Y en todo y por todo despertarme,
como antaño, olvidado de quebrantos,
solo en tus ojos, los tuyos en los míos,
atravesados por la flecha y sus secretos,
las velas hacia el cielo,
capaces, fuertes, ciertos,
libres las amarras,
como sueño.




Madrid, 5 de junio de 2012

domingo, 3 de junio de 2012

Esa inmensa suerte



La memoria es una ramera traicionera que oculta sus sentimientos bajo capas y capas de maquillaje. Transforma tus errores en caprichos del destino. Agiganta tus aciertos hasta divinizarlos. Muta lo gris en plata y lo amarillo en oro. Y te alza por encima de ti mismo.

Así se explica lo que la sabiduría popular percibió desde que tuvimos uso de razón, los poetas cantaron ya hace siglos y la psicología describió muy posteriormente: que un mismo suceso siempre es recordado de modo distinto por quienes lo presencian, incluso si se trata de meros espectadores no afectados personalmente por las consecuencias del mismo. Y su variante: que la configuración del suceso en nuestra memoria varía igualmente con el transcurso del tiempo, llegando a integrar una vivencia muy alejada de la que realmente fue.

En la práctica cotidiana en los Tribunales de Justicia, tal máxima de experiencia se comprueba una y otra vez, hasta el punto de que muchas veces se observa a quien, sin tener realmente ningún interés en el pleito, narra un hecho pasado de un modo contrario al que el resto de las pruebas han configurado claramente, pero haciéndolo con tal convencimiento de su realidad que resulta evidente que cree que en verdad ocurrió así.

Con todo, ésa es la magia y la gracia, supongo, de nuestros recuerdos. Como la de todas las cosas que merecen la pena, que para llegar a ellas hay que quitarse todas las corazas con que nos hemos ido blindando a lo largo de la vida. Por eso, cuando desnudas tu pasado de mentiras y auto justificaciones, cuando quedas solo frente al espejo y te ves como eras pero más viejo, puedes llorar o reír, puedes amargarte o alborozarte, sentirás las más de las veces ese agridulce, frío y cálido sabor de la nostalgia o llevarás luto por todos los que se fueron yendo por el camino, los que despediste y los que no pudiste saludar antes de que se marcharan... Pero, sin duda, en ese momento, podrás decir que eres, sin disfraces, sin adornos, simplemente quien quisiste y pudiste ser. Y que tu vida, mejor o peor de lo que jamás imaginaste, fue y aún será única e irrepetible. Como todas las cosas que merecen la pena. Como la sonrisa de un niño tras pintarrajear un monigote. Como los besos que te daba tu madre al arroparte. Como el primer baño en la playa aquel Verano. Como los labios de aquella tu primera novia sin saberlo. Como los ojos bien abiertos de tu hijo recién nacido. Como la dolorosa ausencia de quien falta. Como el día que te arrojaron del paraíso. Como el que descubriste que nadie podía privarte de él. Como la luz naranja de aquella luna... 

Y en ese mismo instante, sólo entonces, comprenderás tu suerte; la inmensa suerte de haber sido.