martes, 18 de diciembre de 2018

LOS MACARRAS DE LA MORAL


¡Qué bien los definió Serrat!

Los hay de todos los gustos y colores, de todas las tallas, procedencias y escuelas. Desde la joven pareja líder del revivido estalinismo español que, transversales ellos como pocos, se van a vivir a su propio palacio de invierno a alumbrar a la vasta progenie, hasta el ínclito ex juez promotor de la justicia universal del que ha poco descubrimos que habría universalizado sobre todo sus fuentes de ingresos (por cierto, siguiendo la estela de su amigo el policía grabador, ambos compartiendo güisquis y despitotes con la fiscala/ministra adalid de la igualdad que en secreto ejerce de machista recalcitrante). Entre medias, apologetas yanquis de la reducción impositiva ejerciéndola contra legem, dictadorzuelos de opereta bufa pariendo hambrientos en váteres de oro, tertulianos y tertulianas de rancio abolengo y estercolero en usufructo, artistas del bufido y la pedrada que autodestruyen sus cuadros tras subastarlos a millón, ciudadanos todos al fin de este gran putiferio fin de fiesta.

Y todos pontificando, por supuesto. Yo el primero. Si no, de qué se me iba a ocurrir compartir estas reflexiones.

Pero no nos engañemos, que clases sigue habiendo. Por eso algunos nos limitamos a denunciar la incoherencia que evidencian tales comportamientos sin atrevernos a reeducar al personal y otros en cambio siguen repartiendo títulos y diciéndonos quién sí y quién no; aleccionándonos sobre cómo debemos pensar, a quién podemos votar o a dónde es preciso que nos dirijamos si no queremos parecer sospechosos de desviacionismo, de progresismo o de conservadurismo. Y una vez que un macarra de la moral excreta su consigna en cualquier medio o red de difusión, raro será que otros tres o cuatro no le secunden de inmediato, iniciando una cadena reactiva que descojónate de la de la fusión nuclear.

Y es ahí donde radica el problema, pues el virus nunca antes dispuso de condiciones tan propicias. Nunca antes se dio este apabullante exceso de voceros de lo que es justo y, al tiempo, nunca antes la pueril disertación pudo acomodarse así de fácil en tantas mentes obtusas. O sea, nunca antes tanto necio llegó tan alto y dispuso de altavoces tan potentes.

Y nunca antes tantos macarras de la moral alcanzaron la presidencia de algunos de los países más y menos importantes de este planeta (e incluso de alguna república baratariana -y barretiniana- aún por inventar). Nunca antes tantos hicieron tanto por tan poco y con tanto ahínco y encima fueron tan bien recompensados por ello.

Así que, como se habrían dicho de haberse conocido Mafalda y Antonio Flores -¡qué grandes los dos, aún tan pequeños!-: “que paren el mundo, que me bajo”, que “aquí no queda sitio para nadie”… Salvo -claro está- para los macarras de la moral.

Madrid, 18 de diciembre de 2018