Sé que no estáis aquí. Sé que
aquí sólo se hallan los huesos que un día arquitrabaron vuestros cuerpos; los
que mansos obedecían cuando les mandabais correr, o sentarse, o asiros las
manos, o besaros, o abrazarnos dulcemente al arroparnos cuando niños. Aquí
únicamente quedan esos huesos; no vosotros. Lo sé.
Hoy hace un día magnífico. Erguido frente a vuestra tumba, el sol calienta mi cara. Es el mismo sol que tanto disfrutabais, cada uno a vuestra manera. El mismo que iluminó vuestras mañanas y tardes en Barcelona, cuando os conocisteis y os enamorasteis. Y en Valencia, donde os dijeron que a papá podían quedarle meses de vida; donde decidisteis jugároslo todo a una carta, y ganasteis. Y en Madrid, donde construisteis vuestro hogar más duradero; donde nos criasteis a todos; donde nos visteis crecer y volar en busca de nuestros propios destinos.
Los pájaros trinan por doquier, ajenos a todo. ¡Y las cotorras! Os sorprendería saber cuántas se oyen, asilvestradas, en los árboles del cementerio y en los del parque cercano. Ha sido en los últimos años que la gente empezó a soltarlas aquí, no sé si por concederles la libertad que merecían o porque se habían cansado ya del capricho que les había llevado a comprarlas. Lo cierto es que son multitud, bandadas y bandadas, y, cuando se ponen a hablar, forman tal estruendo que nada más puede distinguirse. Sé que vuestros huesos no pueden oírlas. Por eso os lo cuento.
Desconozco cuánto han crecido los cipreses, pero cada vez los veo más imponentes, gigantescos pinceles verdes recortados contra el cielo. Hay algo en ellos de compasión humana, observándonos respetuosos y firmes. Supongo que por eso los escogen para los camposantos.
Una lagartija asoma por la rendija de una tumba vieja, a la que hace decenios que nadie trae ya flores. Se queda inmóvil unos segundos, al sol. Luego desaparece tan rápido como irrumpió en mi campo visual.
Si vuestros huesos pudieran ver todo esto... Pero sé que no pueden hacerlo. Y que no lo necesitan, porque el sol, los cipreses, las cotorras y hasta las lagartijas son ahora vosotros; que sois todo y estáis en todo. Y sé que allí permaneceréis; eternamente.
Madrid, 31 de octubre de 2015.