lunes, 28 de julio de 2014

¿H@Y ALGUIEN AHÍ? Creación y redes#PorAmorAlArte

La multiplicación exponencial de plataformas, canales y expositores que han propiciado en la última década las nuevas tecnologías y en especial internet ha permitido una importante difusión a cientos de miles de creadores, que en otro tiempo hubiera sido inimaginable. Hoy blogs, hashtags, posts, SMS, whats y demás encuadres digitales permiten transmitir instantáneamente casi cualquier tipo de obra y hacerlo a miles de destinatarios al mismo tiempo. Y todo sin la menor necesidad de invertir en costosas campañas publicitarias ni de desarrollar complejos planes de mercadotecnia.

Esa es, desde luego, la teoría, reforzada en ocasiones por noticias de alto impacto, como el encumbramiento repentino de tal cantautor vía Youtube o las millonarias visitas a la página de ese bloguero hasta ayer desconocido.

La realidad, sin embargo, no siempre es tan sencilla. Y a lo mejor no debe de serlo.
              
Ciertamente, varios son los problemas a que ha de enfrentarse este impresionante aumento de la oferta. El primero, el hecho de que la demanda, aunque también haya crecido de modo considerable, no lo ha hecho al mismo ritmo. Puede que hoy se lea más, se escuché más música y se contemple más obra gráfica, audiovisual y pictórica que nunca, pero aún no basta para absorber el volumen de creaciones por minuto que se vuelcan en el mundo digital. Si sólo nos dedicáramos al consumo cultural, puede que en algún momento se alcanzara un punto de equilibrio, pero como tenemos que repartir nuestro tiempo con otras actividades...

Por otra parte, el mismo crecimiento geométrico de las obras al alcance de todos, así como de la posibilidad de que todos accedan fácilmente a nuestras creaciones ha provocado un indudable efecto llamada. En esta sociedad escaparatista en que nos movemos, ver que otros hacen lo que tú también crees que sabes hacer, y que lo vuelcan en la red con tal facilidad, es sin duda un acicate de primer orden para que te lances confiado a ese vacío. De modo que, exagerando sólo un poquito, nos podemos estar dirigiendo a un horizonte en que haya tantos lectores como escritores, tantos espectadores como artistas anónimos de vídeos caseros, tantos pintores como paisajes y retratados y figurantes pueblan nuestro planeta. No es que eso sea malo -difícilmente puede serlo que los seres humanos desarrollemos nuestras inquietudes artísticas-, pero no cabe duda que dificulta que nuestra obra, indiferenciada de otras miles o millones, alcance una mínima difusión.

Así que estamos exactamente en el punto en que quizá debiéramos preguntarnos si la eclosión digital ha cambiado el paradigma; si de la unívoca cultura de masas hemos pasado a un escenario en que no es tan importante el número de personas que acceden directamente a nuestra obra, como la capacidad de que, a través de ellas, el hecho cultural prosiga en una suerte de creación colectiva y evolutiva. Y no es que se trate de algo definitivamente nuevo: siempre hubo escuelas, autorías conjuntas e influencia de unos creadores en otros; desde los bisontes de Altamira a los cubistas, pasando por los juglares del mester o los talleres sapi afroportugueses. El arte y la cultura, de hecho, son influjo, impresión y redefinición constantes; desde los albores de nuestra especie. La dimensión trascendental de toda creación puede verse así mejor colmatada, al pasar a formar parte de las nuevas obras derivadas.


La cuestión a plantear resulta pues otra: ¿cómo compatibilizar un espacio cultural tan amplio con una audiencia o difusión que en el 99% de las creaciones resulta irrisoria? Y su consecuencia: ¿cabe mantener el interés de los creadores si no existe eso que hoy llaman "visibilidad de resultados"?

Si lo formulamos en términos puramente mercantilistas, no creo que la respuesta sea satisfactoria. Pero si acudimos de nuevo a los orígenes, el asunto cambia. Porque nuestros ancestros, cuando se lanzaron a pintar bisontes en Altamira, no creo que pensaran en multitudes expectantes por contemplarlos, ni en derechos de explotación algunos. Y quien o quienes pasaron a la posteridad con el nombre de Homero, a la hora de contar la historia de Aquiles y Héctor y Ulises, tampoco son de imaginar buscándose un buen agente. Y a pesar de eso, ¡qué sería de todo lo posterior sin ellos!


Así que no nos perdamos entre tamaña maraña digital y sigamos pintando, escribiendo, esculpiendo, componiendo o rodando; por si hay alguien ahí afuera a quien le guste lo que hacemos. Y porque, lo haya o no, seremos sin duda mejores y más felices haciéndolo.

Madrid, 28 de julio de 2014