viernes, 10 de enero de 2014

MAO Y TOJO: TANTO MONTA

Siempre ha habido categorías. Sin duda, también entre los tiranos, asesinos e hijos de puta en general. Los hay que se llevarían el premio al más despiadado y cruel, o simplemente al más fanático y pirado; los que en cualquier escalafón sorprenderían por su ascenso a la indignidad desde un entorno familiar razonablemente normal y los que llegaron a lo más alto del poder destructor partiendo de la nada; los infames a conciencia y los inconscientes de su infamia… Pero las diferencias, si bien se miran, son en la práctica irrelevantes. Unos y otros -Calígulas, Tamerlanes, Mussolinis, Hitlers, Stalins, Idiamines, Pinochetes, Kimjones y Fideles-, simplemente masacraban -y masacran- a quienes no les bailaban el agua y lo hacían –y hacen- sin temor a equivocarse; porque en su particular entendimiento, la única verdad era y es la suya y la única fuente de todo, su enfermiza o insana voluntad. Así que, en su mimetismo exterminador, todos se hubieran reconocido con facilidad fuera cual fuera la multitud que les rodeara.

Por eso me hace gracia -bueno, gracia, en realidad, ninguna- que todavía hoy haya quien se atreva a celebrar aniversarios como el del nacimiento de Mao y luego arremetan indignados contra quien rinde homenaje a criminales de guerra japoneses. ¿Con qué vara puede medirse al Sr. Mao si no es con la de eficaz eliminador de sus adversarios? ¿Qué matiz relevante hay entre los 40 millones de chinos que murieron en la gran hambruna provocada por el Gran Salto Adelante surgido de la ambición mesiánica del impagable Timonel y los millones de asiáticos asesinados por las tropas japonesas durante la expansión del Imperio del Sol Naciente? ¿Acaso la mera existencia del grotesco amigo del payaso Rodman que hoy gobierna Corea del Norte -nieto del discípulo aventajado de Mao que fue Kim Il Sung- no debería ser suficiente para mantener la boquita cerrada?

Y quien habla de Mao y de los generales del Emperador Hirohito, puede hacerlo igualmente de los crímenes del nazismo y de los del padrecito Stalin. O de los millones de asesinatos cometidos por ambos bandos en nuestra Guerra Civil. Porque pedir la demolición del Valle de los Caídos y seguir sin reconocer la infamia de Paracuellos es tan maniqueo como estúpido. Simplemente, porque las categorías -aunque haberlas, las haya- no suelen ser tan importantes como las realidades. Y la realidad es que Mao y Tojo, se mire como se mire, compartirán siempre una misma categoría en la historia de nuestro planeta: la de la ignominia; por mucha celebración que del uno se pretenda en la República Popular China y por mucho culto que se le rinda al otro en el templo de Yasukuni.


Madrid, 27 de diciembre de 2013