miércoles, 5 de junio de 2013

¿Qué tal si escribimos juntos?



Escribo porque no encuentro otra manera más precisa de vivir. Los que de natural somos inconstantes, con tendencia al caos y al aquí y ahora tenemos estas cosas: la vida nos puede desbordar puntualmente, pero sin esa sensación de que todo puede suceder en cualquier momento, de que la sorpresa y la belleza se esconde detrás de cada recodo del camino, nos asfixiaríamos; el aire se nos volvería infinitamente pesado y nos aplastaría. Será complejo de Peter Pan o será disociación-madurativa-imperfecta-hedonista-compulsiva (léase, por favor, con acento porteño, que es fundamental para estas cosas), pero la ortodoxia vital nos aterra, la rutina nos concome y la paciencia nos supone un esfuerzo descomunal. O sea, que somos cuarto y mitad de imperfectos. O más.

Por eso escribo. Porque cuando lo hago, encuentro la constancia que le niego a las demás cosas y mi imperfección se vuelve útil. Porque ordenar  letras, sílabas y palabras para explicar a alguien a distancia cómo de maravilloso, espantoso o simplemente insólito resulta tu mundo es para mí la mejor terapia para evitar que te creas que es el único posible y/o te encierres en él. Parece un contrasentido, pero cuanto más vivo en las palabras que pienso más sentido tiene salir a buscar otros universos distintos y llegar más allá de la puerta de Tannhäuser para, desde allí, mirar hacia atrás y describir el viaje.

Pero ocurre que no siempre resulta fácil -nadie dijo que vivir lo fuera-. Y es que escribir sin saber si realmente tus palabras tienen sentido al margen de tu autoterapia, y hacerlo sistemáticamente y con vocación de completar una historia que aspire a ser auténtica como la vida puede convertirse en un laberinto sin salida, un escenario de pesadilla en el que acabes encontrando los fantasmas que tú mismo has creado. Y, además, puede acabar acentuando tu inconstancia, al llegar a ese punto de incertidumbre a que toda obra literaria mínimamente extensa te conduce en algún momento.


Por eso me gustaría pediros, amigos lectores, un pequeño favor, una suerte de crowfunding anímico, de colaboración y de crítica -constructiva, si es posible- para en definitiva conocer si debo seguir esforzándome o si mejor dedicar el tiempo a otros menesteres.

Es sencillo: hace unos meses empecé a escribir, sin grandes pretensiones pero con ánimo e ilusión, una historia con vocación de novela. Los primeros capítulos, como si sólo estuvieran esperando a ser descubiertos, agazapados en alguna lámpara mágica, brotaron casi del tirón. Me sorprendió la facilidad (era -y espero llegue a ser- mi primera novela -pues algún experimento previo de primerísima juventud no merece desde luego tal calificación- y por ello siempre me la había imaginado una tarea colosal) y me alimenté de ella. Las imágenes surgían como por ensalmo; las palabras nacían ya adultas; los diálogos -siempre he pensado que nada hay más difícil que dialogar con tus personajes- parecían en verdad auténticos. Todo encajaba de un modo extrañamente sencillo. La historia se desarrollaba conforme avanzaba, a velocidad a veces vertiginosa. Escribía y me documentaba; leía y seguía escribiendo. En un hotel, en casa, en el metro... Y así, sin darme cuenta apenas, me planté en unas sesenta páginas casi convincentes para considerarlas como la estructura nuclear de la novela.

Y entonces, la dispersión apareció de nuevo. Y las dudas. Y la pereza… Y la dichosa inconstancia reclamó de nuevo su lugar, haciéndome saber que esta vez no pensaba dejar que me creyera capaz de vencerla.

Pero tras  meses de parón, el otro día se me ocurrió la idea que aquí os traigo: ir publicando lo que voy escribiendo, compartir ese animal en desarrollo. Y buscar vuestra complicidad y vuestra participación (o sea, vuestro apoyo). Que os parece una chorrada de argumento... pues me lo decís. Que tal personaje cojea en este o aquel aspecto... lo mismo. Que os gusta la disección por el protagonista de la escena del crimen en el mercado de Palermo... ¡por favor, no dejéis tampoco de comentarlo! Y si en uno u otro sitio se os ocurren planteamientos alternativos, paralelos o intrahistóricos, pues mejor. Se trata de ver hasta dónde nos lleva el viaje, pero, sobre todo, de disfrutar de cada uno de sus paisajes; o de cambiar de destino si no nos gustan. Y se trata de vencer al fantasma de lo inacabado.

Espero que la idea os atraiga. Si no es así, decídmelo también, pues aunque el sentido del ridículo hace tiempo que lo tengo un poco desajustado, es de suyo que, sin cómplices, la idea no tiene gracia alguna.

Bueno, pues el reto ya está planteado. Si hay nihil obstat por vuestra parte, prometo lanzar ya el comienzo de la novela en la siguiente entrada de este blog, que ésta ya ha quedado un poco larga.

Y lo dicho: a escribir, que de eso se trata al final.

Alea iacta est.


Madrid, 5 de junio de 2013