Una amiga, desde el
otro lado del Atlántico, me recomendaba recién un interesante blog de frases de
película (llamado precisamente así, tal cual, "Frases de película",
lo que sin duda evita confusiones -y no como los que ponemos nombres como
"Letras sobre el mar" y similares, para que la peña no tenga ni idea
de qué van nuestros esfuerzos...-). Entre las citas cinematográficas del mismo,
aparecía una de las varias memorables que se vierten en la interesante "El
club de los poetas muertos"; a saber, cuando el normalmente sobreactuado
pero siempre sorprendente Robin Williams -con su alter ego John Keating-
recuerda a sus alumnos: "Les contaré un secreto: no leemos y escribimos
poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la
raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el
comercio, la ingeniería... son carreras nobles y necesarias para dignificar la
vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que
nos mantienen vivos".
Pues bien, de esto, precisamente, es de lo que quería hablar. Porque ésa es la razón, sin duda. La de por qué la poesía es hoy más necesaria que nunca.
Hemos conquistado
una enorme extensión de conocimientos, algunos verdaderamente inextricables
para la mayoría de nosotros. Las máquinas que nuestro ingenio ha creado se
desplazan a millones de kilómetros de nuestro planeta en busca de más
respuestas y más preguntas. Nuestra ciencia se plantea regenerar tejidos que
dejaron de existir hace miles de años para recuperar especies desde entonces
extintas. Los edificios e infraestructuras que construimos desafiarían la
comprensión de Newton hasta hacerle abjurar de su famosa Ley. Y todos esos
avances se producen a una velocidad endiablada, auténtica progresión geométrica
irrefrenable.
Pero, a pesar de ese espectacular desarrollo, nuestras almas y conciencias no
han cambiado tanto. O no lo han hecho en lo que importa, afortunadamente -véase
o léase a Eduard Punset, que lo explica soberanamente bien-. Por eso, seguimos
enamorándonos casi igual que lo hacían nuestros antepasados hace cinco o diez mil
años, nos sigue sobrecogiendo una noche sin luna ni nubes y tenemos el mismo
respeto a la muerte que tenían quienes edificaron la Gran Pirámide de Keops o el
acueducto de Segovia.
Y por eso la poesía sigue llegando al mismo centro de nuestras personas, a lo que llamamos alma quienes nos resistimos a creer que toda esta belleza sea el preludio de nada. Y arribados allí, a ese lugar donde seguimos siendo nada menos que simples seres humanos, versos libres y rimados, tercetos y metáforas, prosopopeyas o simples romances tocan y trastocan nuestros sentidos igual hoy que cuando Petrarca.
Otra amiga, en esta misma bitácora en que ahora os escribo, lo señalaba de modo magistral y bien sencillo: la poesía es milagro creado sólo con palabras. Y milagro –añadiría yo- inmediatamente perceptible, sin necesidad de traducción alguna, por nuestro yo ancestral; el que heredamos de quienes pintaban bisontes en Altamira; el que sigue dilatando nuestras pupilas al contemplar la belleza de un paisaje; el mismo que nos hace preguntarnos por qué somos tan pequeños -a pesar de todas nuestras conquistas y avances- y por qué nos volvemos grandes cuando compartimos nuestra insignificancia con quienes amamos.
Por eso, porque las voces del pasado nos lo advierten como a los alumnos de Keating, aprovechemos el momento y dejemos que la poesía, la vida entera, corra por nuestras venas.
Madrid, 13 de febrero
de 2013