jueves, 18 de octubre de 2012

LAS GAFAS DE BEN FRANKLIN




Por completo diferente y, al tiempo, tan extrañamente familiar... Esos son los dos calificativos con que la mayoría de las veces el viajero describe de inicio su visita a los Estados Unidos. Todo distinto e inusual, descomunal y exuberantemente único, sí, pero con una sensación de déjà vu y de estar en la casa de un primo al que conocemos bien y en la que ya estuvimos en algún momento de nuestro pasado. La explicación más aceptada del fenómeno suele encontrarse en el cine: allí ya has visto en repetido los lugares que ahora pisas. Las calles, las carreteras, los puentes, los aeropuertos, los barrios, las casas, los coches, los restaurantes, los tipos humanos no nos son desconocidos desde el momento en que nuestra memoria puede acudir a decenas de escenas de películas para recuperarlas. En Nueva York o Los Ángeles, en Washington o en Dallas, en algún remoto pueblito de Nueva Inglaterra o en la inmensidad de una carretera de Arizona, siempre algún momento importante de la historia del cine, de nuestra historia del cine, nos situará allí, conectándonos con ese backstage de nuestro ayer y nos hará sentirnos de nuevo en la casa de nuestros recuerdos...

Ocurre, sin embargo, que cuando en el viaje se busca precisamente la raíz de ese recuerdo cinematográfico, muchas veces se ve la tramoya y la trampa. ¿Cómo no hacerlo si son tus pies los que caminan la distancia que el protagonista recorría en apenas unos minutos y comprueban que necesitan seis o siete veces más en completarla? Y cuando visitas tal monumento, ¿cómo no darse cuenta de que allí es imposible quedarse un segundo a solas para investigar ni descubrir nada oculto, como hacían los héroes de aquella otra película, sin ser inmediatamente avasallado por la siguiente oleada de turistas o por algún amable pero exigente guardia de seguridad que nos invita a seguir el recorrido?

La magia del cine precisa de estos recursos. La vida real los echa de menos. Por eso, cuando entras en Tiffany's, en la Quinta, aunque sepas que no la encontrarás, inconscientemente buscas a Audry y su eterno cigarillo. Y en Philadelphia, te quedas a posta rezagado del grupo de visita que te ha tocado para poder saltar el cordón de seguridad y subir a la torre del Independence Hall a buscar las gafas de Ben Franklin que te guiarán al tesoro de los templarios. Y si finalmente no lo haces, sólo es en la duda de que pueda ser un delito federal y en la certidumbre de que serás inmediatamente interceptado por un amable pero inflexible ranger.

Cuando el viajero emprende el camino de vuelta, la sensación es consecuente. Y, aun consciente de que vuelves a tu hogar y a tu auténtico mundo, te envuelve una melancolía que oculta una verdad cierta e inexorable: la de alejarte de ese lugar maravilloso que construyeron tus ojos a lo largo de tantas películas y la de regresar al que realmente habitas, con sus noches y sus días de absoluta cotidianeidad. Y es en ese momento cuando sólo de ti depende darte cuenta de que tu historia, el guión de tu vida, sigue pendiente de ser escrito y de que tú tienes la pluma y las cuartillas para llenarlas de aventuras maravillosas.

sábado, 6 de octubre de 2012

Goodbye Catalonia, Goodbye!



Yo creía que España era otra cosa. Un gran país, por supuesto. El primer Estado moderno de Europa. La primera nación llamada a identificarse como tal en la Historia. Tanto, que pudo salir a descubrir medio mundo y dotarlo de infraestructuras, de escuelas, de puertos y ciudades, de mercados y plazas, cuando otros seguían enfrascados en las fronteras feudales de antaño. Pero, sobre todo, un país nacido de un entendimiento: el de que su historia común exigía un futuro común como aspiración de un futuro mejor.

Sin embargo, quinientos años juntos, hoy, parece que no bastan para decidir qué dirección es la adecuada. Y la duda se formula rodeada, casi sitiada, por altas murallas de angustia derivadas de una situación de crisis económica que no recuerdan ni los más viejos del lugar.

"Me estás quitando demasiado y yo ahora lo necesito para mí", viene a ser, en el fondo, el planteamiento que subyace en las algaradas soberanistas del Sr. Mas y los que comparten pancarta. Luego está todo lo demás: la nación, la historia, la lengua y el huevo de Colón. Pero de primeras dadas, a lo que suena es a pura y dura renuncia a la solidaridad, a queja de hermano rico que quiere seguir siéndolo aunque el resto de la familia se haya quedado en el paro. Y claro, eso queda feo en cualquier foto, máxime cuando otros hermanos tanto o más ricos siguen dispuestos a ayudar a toda costa, aunque eso les suponga pasarlo peor.

Sería absurdo, en cualquier caso, desoír esa protesta; olvidar que el puñetazo en la mesa que se quiere dar por algunos, por más indebido que pueda parecernos, sigue siendo un puñetazo y no un repiquetear con las yemitas de los dedos. Porque despreciar los hechos e ignorar las realidades es demasiado peligroso cuando se juega algo verdaderamente importante. Y quinientos años de historia parece que no son una cuestión insignificante. Y menos si, como decimos, sin esa historia común difícilmente se entendería la de una parte muy importante de nuestro planeta.

Lo preocupante, sin embargo, es comprender que la sensación de hastío empieza a ser bidireccional. O termina de serlo. Porque cuando uno oye constantemente que si estás abusando de mí o que si tú eres un vago y yo soy el que trabaja o que no me entiendes ni respetas pero me importa una higa lo que tú seas, resulta justo y necesario y perfectamente lógico que se te hinchen las narices y quieras mandar a quien te dice tales lindeces a algún lugar cacofónico y lejano. Y zanjar ya de una vez el tema para que puedas seguir compartiendo mesa y mantel con alguien que sí quiera seguir disfrutando de tu compañía.

Y de ahí hay poco a salir tú también a la calle con una pancarta bien grande que diga "Goodbye Catalonia, Goodbye!".

Pero flaco favor nos haríamos unos y otros si aceptáramos esa solución. Como poco, nos quedaríamos sin ver jugar al Barça en la liga, lo que ya de por sí es una pena... Y el Ave Madrid-Barcelona habría que repensarlo, sin duda, al menos en cuanto a las frecuencias y a si es necesario algún tipo de parada en la frontera, para que se note que se cruza. Y qué decir de los que tenemos tantos apellidos catalanes pero nacimos y vivimos en el resto de España (bueno, en ese supuesto ya no sería "el resto", sino simplemente España)... ¿Tendríamos la doble nacionalidad por ius sanguinis o seríamos apátridas allí y aquí?

En fin, las preguntas se agolpan sin respuesta, como lo hacen cuando te encuentras en un cruce de caminos y decides –o te deciden- nada menos que romper el mapa y empezar de cero, como si todo lo ya recorrido no sirviera para nada; como si el destino ya no importase porque, de repente, tenemos varios en mente. Por eso, que en esta hora inquieta nadie nos nuble ni nos agite aún más de lo que estamos y que las pancartas se queden por una vez en casa y salgamos sin más tranquilamente a pasear. De la mano –que siempre es más tierno- o por libre y sin mirarnos a la cara… Pero que nadie venga después a quejarse, porque nada de lo que dejas atrás es indiferente a tu futuro.