lunes, 30 de julio de 2012

TODAS LAS VIDAS ESTA VIDA


La vida es una noria
que gira cada día más deprisa: 
al cielo, hoy; mañana, vuelta a tierra;
buscando las raíces y las copas
que se mecen con sus hojas en la brisa;
olvidada de todo estruendo y toda guerra;
paladeando los hoyuelos de las rosas;
suave como el fulgor de una sonrisa
o retando al aire en su entereza,
de todos suya y de suya, propia,
armadura bruñida y guarecida
de lunas, soles y promesas.
 
Y entre todas las vidas, esta vida
te ha vivido cada verso y cada prosa
que escribieron tus deseos y tus penas,
tu saborear cada alegría,
tu despertarte al alba entre las sombras
y deslumbrarte de luz blanca azucena.

Esta vida que te diste en esta vida,
¿es la que debía o algo estorba?,
¿valía así vivirla o aún esperas
que te explique sus pasajes y sus sendas? 
 
Vana ilusión, duda torticera,
pues, si no fueras hoy, ¿qué hoy serías?,
¿cuánto habrías corrido sin tus piernas?,
¿cómo contarías las alondras
que hicieron de tus noches mediodías?,
¿seguirías creyendo en la belleza?,
¿soñarías con todas esas cosas
que desde niño te trajo la partida
que te juegas y te cantan y te anhelan?
 
 

sábado, 7 de julio de 2012

La última frontera (IV)


Seguimos caminando en silencio durante horas. La ligera brisa del noroeste del principio de la mañana fue rolando hasta convertirse en un cada vez más intenso lebeche, extraño desde luego para la época en que nos hallábamos. Como fuera que comenzaba a hacerse molesto, pues nuestro rumbo nos lo oponía casi de frente, decidimos detenernos junto a un sobresaliente conjunto de inmensos cantos graníticos, contra los que apoyamos las espaldas exhaustos mientras nos sentábamos.

Aunque habíamos encontrado algunos pequeños cursos de agua en que ir reponiendo el agua consumida de mi cantimplora, la marcha continuada nos había dejado un hambre atroz, así que saqué de mi zurrón tres trozos de tocino salado, algo de queso y seis galletas -todas mis reservas- y, junto a algunas almendras que llevaba Ta-Au-Ua, comimos disfrutando del descanso.  En silencio.

La comunicación entre nosotros seguía siendo necesariamente no verbal. En la semana que hacía que nos conocíamos, apenas había dado tiempo a que aprendiera yo cinco o seis conceptos en su idioma y ella otros tantos en el mío. Sin embargo, el mismo hecho de que mi misteriosa amada no conociera una sola palabra en latín confirmaba que había alcanzado mi destino, pues en los mares y costas que hasta ahora había recorrido -que eran por cierto también todos los conocidos- se manejaba desde luego la lengua del Imperio.

Por otro lado, y precisamente por mis muchas andanzas, había tenido oportunidad de escuchar multitud de lenguas y sonidos que, aunque desconocidas en su contenido, no eran en cambio ya extrañas a mis oídos. Frente a ello, los vocablos que emitía la dulce boca  de Ta-Au-Ua me resultaban por completo distintos a cualesquiera otros escuchados antes. Su silabeo resultaba del todo diferente  y contenía incluso sonidos que era incapaz de asociar con letra alguna. No es que fueran ásperos -al margen de que al modularlos los carnosos pero armoniosos labios de mi musa tampoco lo hubiera notado-, pero la contracción de algunos de ellos producía explosiones fonéticas para mí irreconocibles. Cinco años antes, tras ser arrastrado por una tempestad al doblar las columnas de Hércules, mi tripulación y yo llegamos a una aldea remota junto al gran desierto, poblada de altivos lugareños que apenas manejaban el latín. Eran de considerable estatura y lo oscuro de su piel contrastaba vívidamente con el muy claro color de sus cabellos y ojos. Allí permanecimos cerca de dos semanas, mientras reparábamos nuestra maltrecha nave. Pues bien, aunque no fueran identificables, algo había en la lengua de Ta-Au-Ua que me recordaba la que allí hablaban. Y tenía sentido que así fuera, pues si lo pensaba, aquélla era la tierra conocida más próxima a la que ahora hollaba.

Tras terminar nuestra última galleta, ofrecí a Ta mi cantimplora. Ella sonrió agradecida y bebió, devolviéndomela para que yo hiciera lo propio. El frescor del agua en mi garganta terminó de relajarme y, viendo que mi diosa también mostraba inclinación a ello, nos quedamos sin más dormidos, acurrucada su cabeza en mi hombro, mi brazo derecho cruzando su abdomen, venciéndonos sin más a la molicie más reparadora, solos sin importarnos, el uno junto al otro, felices.

Madrid, 6 de julio de 2012

lunes, 2 de julio de 2012

SOMOS ONCE



Y cuatro. Y diecisiete.

Somos un canario y un catalán y un madrileño y un burgalés.

Ellos marcaron ayer, sí, para asombrar al mundo; para escribir lo que nadie antes había escrito. Y con ellos, marcamos todos. Pero también somos cada uno de los demás que lo hicieron posible. Los que dieron los pases y dibujaron nuestra memoria para siempre; los que hicieron las paradas que cuando niños ya soñamos; los que defendieron impecables, limpios, como sólo los que aman lo que tienen saben hacer, y los que corrieron sin balón diciendo “aquí me tenéis”, “yo también juego con ellos”, “yo también soy ellos”.

Somos los que no se rindieron nunca, los que sufrieron las críticas -¿quién puede no hacerlo realmente?- y aceptaron que sólo desde la inmensa humildad de lo grande iban a poder acallarlas. Somos los que se abrazaron conscientes de que todos eran nosotros, de que todos éramos ellos. Somos senyeras y cruces de la Victoria sobre fondo azul. somos ikurriñas y banderas inventadas pero ciertas. Porque, sí, somos todo lo que queramos ser. Y somos un inmenso rojo y gualda y un hermoso escudo con dos columnas marcando que siempre se puede llegar más lejos, si nos lo proponemos.

Somos Goya y Velázquez, Manolete y el botafumeiro, el Teide y Formentor, Pizarro y Bailén, Picasso y Dalí, El Escorial y los últimos de Filipinas. Somos tres velas al viento rompiendo el Atlántico hacia el ocaso, donde nadie se atrevía a ir. Somos guerra y posguerra a dos velas y mucho estómago -vacío- con que aguantarlas. Somos paro y emigración, dolor del exilio, soledad y añoranza, pero siempre mirando al frente, como los que nos trajeron.

Y somos arrojo y pelea, limpia como la mañana o turbia entre el fango cuando toca, en las trincheras de Holanda o ante los holandeses en Sudáfrica. Somos, simplemente, padres y madres y hermanos. Y, sobre todo, somos hijos; de todos los que lucharon por hacernos hoy lo mejor de lo que fuimos.

Por eso, por recordarnos sencillos todo lo que somos, gracias a los once, a los cuatro, a las diecisiete, a los millones que hoy brillamos en el cielo en pleno día. Gracias por ser lo que somos.


Madrid, 2 de julio de 2012